Una de las creaciones más llamativas en la discusión política reciente es el secesionismo madrileño. Como recordaba Iñaki Ellakuria, la idea se origina en la factoría que produjo el editorial del Estatut. Madrid es una comunidad gobernada desde hace mucho por el PP (desde el 2019 con el apoyo de Cs y el apoyo externo de Vox), que aprovecha ventajas que no solo tienen que ver con la capitalidad sino con cuestiones de la globalización y concentración empresarial. Se puede discutir el modelo fiscal, pero compite dentro de la ley. Se puede lamentar el protagonismo que tiene en los medios, pero ese protagonismo se debe a quienes apoyan al Gobierno autonómico y quienes se oponen a él. Durante la pandemia la presidenta de la comunidad se ha enfrentado sin vulnerar las leyes al Gobierno central. La animadversión hacia Díaz Ayuso ha generado también un entusiasmo en sentido contrario. Esto sucede cuando Cataluña parece encontrarse en un momento decadente, en una extraña combinación de narcisismo y autodestrucción.

Para hablar de secesionismo tendría que existir el objetivo de la separación y ruptura de la comunidad política. Para que la analogía con el procés fuera satisfactoria, tendría que haberse producido la violación reiterada de resoluciones y sentencias judiciales, el quebrantamiento de las leyes, el desprecio a los derechos de la oposición. La demagogia y la discrepancia con el Gobierno central no bastan.

El resultado parece claro: si hay otros secesionismos, el nuestro parece menos malo. Lo raro es que cuele en otros sitios. Ante una pérdida de posiciones en Cataluña, en buena medida por errores propios, se intenta organizar una revuelta de la periferia contra Madrid. Ayuda que el Gobierno y el ayuntamiento de la capital estén en manos de la oposición, y contribuye la sensación de postergación de muchos territorios. Pero el 2017 no solo fue una agresión a los derechos de los catalanes y a las leyes comunes: el procés fue un acto de desprecio al resto de ciudadanos españoles, también a los partidarios de la descentralización. Ahora versiones supuestamente razonables del nacionalismo catalán dicen defender el federalismo, y luego señalan el agravio de que La Rioja tenga Parlamento. Se habla del catalanismo como proyecto modernizador de España, cuando en buena medida fueron intentos proteccionistas para capturar un mercado. La diversidad se defiende solo para debilitar al Estado y restar de lo común, pero ya sabemos que entre los diferentes hay unos más iguales que otros.