Creo que pocas veces hacemos un análisis de la situación real que tenga una pizca de autocrítica. O completa. Lo fácil es mirar hacía otro lado. Buscar culpables en cualquier otro paradigma que se escape de nuestro radio de acción.

Todo lo que nos engulle, en una sociedad de mercado extremadamente consumista, tiene múltiples culpables. Y nunca nos señalamos a nosotros mismos como los responsables preferentes del efecto mariposa de nuestras decisiones.

La crisis política que han urdido los agricultores de la España Vacía reclamando una situación de indefensión en el mercado, para que sus precios de producción sean más justos, es tan solo un coletazo más de lo que nos espera. Y que nos concierne como principales motores del cambio, antes de que se disparé una revolución social que reclame más soberanía de los estados o un control más estricto de la economía.

Las decisiones políticas enmarcan a los productores en un terreno de juego donde todos se mueven con más o menos lealtad competitiva. Sin embargo, es el consumidor --nosotros-- quienes marcamos con nuestra conciencia lo justo. Y podemos equilibrar los desfases económicos.

El prototipo de consumidor del futuro es digitalizado, globalista, busca inmediatez y todo a un precio lo más bajo posible. Una situación que, como se está comprobando, desplaza a los productores más humildes, locales y con menos recursos. Es una tendencia que parece imparable, pero no lo es. Ni mucho menos.

Es por eso que, para cambiar las múltiples injusticias que predicamos en nuestro entorno, debemos comenzar a cambiar nuestra mentalidad para actuar en conciencia.

Nos aficionamos a pedir Glovo mientras sabemos que explotan a sus trabajadores como falsos autónomos por cuatro perras. O incluso solicitamos un pedido mientras diluvia: todo sea por ver a nuestro Real Zaragoza con el sofá bien mullido.

Si el comercio de cercanía cierra es porque no apostamos por este diariamente. Lo fácil es ir a una gran superficie. Y con ello denostamos el tejido más importante de nuestras ciudades: el pequeño comercio que vertebra nuestras calles, siembra de empleo nuestra economía y nos da un cariz de comercio tradicional.

El sistema capitalista está en una seria revisión que no parece, ni se espera, que vaya a ser pronta. Aquí lo fácil será rescatar el cadáver ahogado antes que organizar un dispositivo de rescate. Cambiar el paradigma del consumo, el punto de inflexión, empieza por nosotros.