No se pueden negar los vínculos que de siempre han existido entre España y Cuba. Allí estuvimos los españoles y allí dejamos, además de alguna que otra tropelía (la historia nunca puede ser inmaculada), la lengua castellana y retazos de nuestra cultura. Algo de España, pues, sigue en Cuba. Después el dictador Batista oprimió al pueblo cubano y éste se levantó. Y Fidel Castro entró en La Habana. En el camino quedaban fallidos intentos como el asalto al cuartel Moncada y el desembarco en la playa de las Coloradas, la denominada misión Granma. Cuba necesitaba entonces a aquel Fidel, el de Sierra Maestra, un revolucionario nacionalista que luego se hizo marxista porque, entre otras cosas, EEUU dejó de comprarle azúcar. Pero el factor Castro, con el paso del tiempo, trascendió en exceso y convirtió a la revolución cubana en personalista e intransferible. Había emergido el dictador. Y todos los extremos son malos, y desde hace demasiados años el Gobierno cubano, a pesar de sus logros en sanidad y educación, no es presentable en democracia. Ahora Castro, con su rótula en mil pedazos fragmentada tras su aparatosa caía en público, insiste. Los cubanos tienen la palabra.

*Doctor en Medicina y radiólogo