Las noticias falsas no son nuevas. Desde siempre han formado parte de la propaganda de guerra, de las campañas electorales, del descrédito de los contrincantes y hasta entre los amigos. Con ellas se han justificado tropelías, desgracias, enemistades y hasta divorcios. ¿Recuerdan las mentiras sobre las armas de destrucción masiva que justificaron al trío de las Azores la invasión de Irak? ¿O la campaña de mentiras contra Zapatero por la tregua de ETA, que dio paso a su disolución?. ¿O la vinculación de ETA con el 11-M en los atentados de Atocha?

Siendo esto así, ¿por qué tanta preocupación ahora por las fake news? Seguramente porque son otra cosa; calan en las ubicuas redes sociales a través de Twitter y Facebook. Pasan por verdad la ficción que otros construyen con bulos, noticias inventadas y verdades a medias. La intensidad y rapidez con que se propagan anónimamente, la enorme influencia que llegan a tener y el mínimo control que sobre ellas se ejerce, las convierten en un serio problema. Los intentos de regulación que transmiten algunas instituciones europeas choca con la práctica de algunos de nuestros políticos, fuente insaciable de mentiras, convertidas con la rapidez del viento, en verdades absolutas entre los suyos.

No hay duda de que hay expertos, grupos, intereses que, amparados en la obscuridad del anonimato, bombardean permanentemente falsedades. Si hablamos de política, la emigración es un top, así como la inseguridad ciudadana, la vida y milagro de cualquier independentista, el maltrato animal, la ridiculización de cualquier líder político, el patinazo de algunas instituciones, las declaraciones públicas, la vida íntima de cualquiera… Todo se trata de forma capciosa con la intención de hacer daño o exaltación según patrón.

Mezcladas con informaciones y noticias ciertas que se suceden con la velocidad del rayo, originan una volatilidad informativa propias de un mundo gaseoso cada vez más alejado de las realidades sociales y la economía productiva. Esta sensación de que no hay nada estable y vamos abocados a un mundo más cercano al caos que al orden, favorece opciones simplistas, populismo de cartón piedra para problemas cada día más complejos.

Debilitadas las instituciones que daban estabilidad a la democracia y articulaban el cambio político, en muy poco tiempo hemos pasado de la democracia de los partidos a una democracia de las audiencias y las redes que los arrollan y ningunean.

En este marco nos adentramos en un proceso electoral enormemente importante, donde se juega el giro autoritario del régimen, y donde la derecha evita cualquier debate de fondo sobre los grandes problemas actuales. Los argumentos han desaparecido y las descalificaciones, simplezas y mentiras las sustituyen, buscando titulares y efectos en las redes sociales. Siempre que los conservadores y liberales europeos o españoles, recurren a las políticas de banderas, son devorados por los populistas.

Es un camino preocupante, porque en esta carrera los neofranquistas son expertos, llevan ventaja y cuentan con más introducción en redes y más años mintiendo sobre el antiguo régimen. Teniendo en cuenta que ellos solo hablan con medios afines y a través de las redes, los resultados hasta hora son magníficos. Y no lo digo solamente por su capacidad en el manejo de las fake news o sus resultados en Andalucía, lo digo por dos cuestiones. La primera, porque como decía recientemente Steve Banon, exasesor de Trump e impulsor de una internacional populista y nacionalista en Europa, «La victoria de Vox es que ya ha trasladado su conversación al resto de la derecha. Los partidos como Cs y PP ya hablan como ellos. A eso le llamo colocar el producto. Ahora tendrán que convencer a la gente de que no son una copia».

Y la segunda, porque han dinamitado el centroderecha. Sin centro la democracia se colapsa, no puede haber acuerdos y sin ellos la política se asfixia.

Una persona con sentido de estado, modera a los radicales, mientras que Casado y Rivera intentan radicalizar a los moderados, taponan cualquier salida, se obcecan ansiosamente por llegar al poder, quieren jugarlo todo con fuego y nos pueden abrasar a los ciudadanos. H