La fragilidad del proceso de paz de Irlanda del Norte ha tenido como contrapeso la decidida voluntad de los representantes de las dos comunidades, la republicana y la unionista, y del Gobierno de Londres para evitar que descarrilara. Ahora, 16 años después de la firma del Acuerdo de Viernes Santo, el proceso ha sufrido un duro golpe con la detención del líder del Sinn Féin, Gerry Adams, por una de las cuestiones más dolorosas y menos examinadas de los años de plomo norirlandeses, la de los desaparecidos (no se incluyó en el acuerdo de 1998).

El IRA hizo desaparecer a 16 personas. Una de ellas fue Jean McConville, una viuda, madre de diez hijos, protestante convertida al catolicismo al haber contraído matrimonio con un católico que servía en el Ejército británico, lo que la hacía sospechosa de ser una informante de ese cuerpo. Su caso, que encierra toda la complejidad de las casi imposibles relaciones en Irlanda del Norte, es el que ahora ha devuelto al primer plano los fantasmas de aquel conflicto.

COLISIÓN DE INTERESES

A Adams se le acusa de haber ordenado el secuestro y asesinato de la mujer, ocurrido en 1972. Quien lo acusa en una cinta grabada es un comandante del IRA, que falleció en el año 2008. El líder republicano niega la acusación. Su procesamiento podría hacer saltar por los aires un proceso que sobrevive gracias a un sutil equilibrio de confianza entre unionistas y republicanos y entre estos y la Policía.

El caso plantea la colisión entre dos intereses legítimos, el de que se haga justicia por el secuestro y asesinato de la mujer, y el interés público, es decir, la paz. A falta de pruebas, con el acusador fallecido, el acusado que niega la acusación y unas posibles graves consecuencias políticas, parece poco probable que Adams sea procesado. Queda, sin embargo, la necesidad de hacer justicia.

Uno de los hijos de la víctima, que también fue secuestrado cuando tenía 11 años para asegurar el silencio de la familia, ha dicho que sabe quién mató a su madre pero que no va a revelar su identidad por miedo. Esta es todavía la realidad en el Ulster. La violencia mortal ha cesado, pero las dos comunidades apenas se rozan y dentro de cada una perviven el miedo y las amenazas. Por todo ello, el caso McConville debería servir de acicate para poder mirar hacia el pasado desde la óptica de la justicia y la reconciliación.