No hay nada más peligroso que un león hambriento. Y eso, precisamente eso, es el Zaragoza ahora mismo. Un equipo feroz, valiente y que se tira al cuello de la presa en cuanto huele a sangre. También el Numancia fue devorado por ese depredador implacable que ha sembrado el terror en la jungla. Eran los sorianos, junto al Huesca, los mejores locales de la categoría, no habían encajado gol en los Pajaritos en los últimos cinco partidos y solo habían recibido seis en toda la temporada. Nada de eso le sirvió ante un adversario más guapo, más listo y más poderoso. Cayó como lo hicieron otros y como lo harán más. Porque el león ha vuelto y su hambre es voraz.

Para gozo y orgullo de los suyos, el Zaragoza derrocha entusiasmo, fe y fútbol. Porque el equipo aragonés no es solo alma y corazón. Es mucho más. Rescatar el rombo mantuvo vivo a Natxo. Conservarlo le ha dado una salud de hierro. La misma que a un equipo en el que el papel del entrenador ha sido fundamental. Lo fue cuando perdió el rumbo y casi el puesto y lo ha sido ahora merced a movimientos tácticos oportunos, una impecable elección de futbolistas de una plantilla mucho mejor de lo que parecía, una reacción a tiempo en la gestión del vestuario y buenas lecturas de los encuentros. De todo eso careció no hace mucho, lo que le puso en serio peligro a él y a todos. Justo fue denunciarlo entonces y justo es encumbrar ahora esta capacidad de reacción. Hay quien sostiene que era cuestión de paciencia. Servidor cree que era y es cuestión de fútbol. El Zaragoza de hace dos meses deambulaba directo al abismo sin guía que lo evitara. Hoy, camina con paso firme seguro de sí mismo. Subirá o no, pero luchará por ello. Eso se le pedía. Ni más ni menos.

Hay quien disfruta pasando factura y señalando a los que un día advertimos de la imperiosa necesidad y obligación de actuar ante lo que parecía una muerte segura. La reacción de Natxo es el mejor ejemplo de la conveniencia de aquella denuncia. En todo caso, la vanidad, también la periodística, importa bien poco cuando es el Zaragoza y el zaragocismo lo que está en juego. Nadie grita mejor que otros. Nadie siente mejor que otros.

Así que la vida empieza hoy. Queda tiempo y hay presente y futuro. En Soria, medio equipo del Zaragoza de la segunda parte estaba formado por canteranos. Lo nunca visto. Guti, la irrupción de la temporada, fue el que menos brilló. Zapater asistió de lujo a Pombo, artífice del triunfo, y Delmás volvió a transmitir seguridad y confianza. Pero permítanme que me detenga un instante en Lasure, lateral izquierdo del Zaragoza por muchos años. Su primera mitad no fue buena en defensa. Estuvo impreciso y alguna vez descolocado. Por eso es más meritoria su maravillosa actuación tras el descanso. Daniel demostró que un lateral puede sujetar a un equipo, darle salida y ser vital en ataque. Y todo a la vez. No fueron solo sus centros desde tres cuartos o línea de fondo. No fueron solo sus conducciones hacia dentro aportando siempre soluciones al equipo en combinación y llegada. No fueron solo sus controles orientados, su marcaje siempre acertado, un gol salvado bajo palos o su asombrosa serenidad a la hora de tomar decisiones. Fue todo eso y mucho más. Lasure fue el Zaragoza. Descaro, corazón, alma y fútbol. Fantástico. Un término que parecía destinado a perseguir a Natxo de por vida y que ahora tiene todo el sentido del mundo. Que dure.