Hablamos de la mitad (o más) de la población en términos estrictos de igualdad. También de la mitad del electorado. Y es ahí donde los códigos partidistas entran en escena y se resisten a entender el feminismo como una cuestión verdaderamente transversal que supera sus lógicas e intereses. Quedó constatado en el 8-M del 2018, donde quienes menospreciaron la importancia de la reivindicación tuvieron que sumarse a última hora y de cualquier manera. Esta vez han vuelto las dudas, vaivenes y retiradas, especialmente en el PP, que lo ha dejado abierto a actitudes individuales (exactamente lo que no es), o en Ciudadanos, que han reinterpretado una filigrana llamada «feminismo liberal» que desvirtúa tanto como esconde. En ocasiones parece que los eufemismos se inventaron para que algunos políticos tuvieran algo que decir.

Mientras, para los partidos supuestamente más preocupados por los factores de desigualdad social (al menos en sus discursos teóricos), días como los que hemos vivido pueden ser un arma de doble filo si no miden y se apropian de lo que tampoco es suyo. La nueva explosión del 8-M ha dejado claro otra vez que aquí el electoralismo es contraproducente y deja ver demasiadas contradicciones y costuras.

Poco tiene que hacer la verborrea tramposa contra los datos objetivos y contrastables que demuestran los evidentes agravios comparativos entre hombres y mujeres. Más allá de la sororidad, se nos intenta vender una feminización de la política que por momentos parece que sí y al final es que no, como en tantos otros sectores.

Los actuales representantes públicos no lo siguen, pero el camino está marcado desde hace años. Hace cuatro décadas que Giulia Adinolfi instaba a aportar una perspectiva propia y específica que enriqueciera a la sociedad en su conjunto más allá de la función liberadora y emancipadora del trabajo. Y en la actualidad hay voces que insisten en saber mantener la pluralidad de feminismos que den respuesta a la diversidad de situaciones y enfoques, como nos dice Cristina Monge.

Pero hay poco que esperar. A la política española actual le vienen grandes los movimientos sociales (el 15-M es un ejemplo muy ilustrativo) y cíclicamente ve expuestas todas sus vergüenzas cuando la sociedad civil se lanza a la calle a generar democracia por sí sola. Y todavía más si al frente se ponen las mujeres, a las que ahora mismo solo nos queda felicitar. H *Periodista