Tengo la impresión de que la pandemia nos ha dejado a casi todos un tanto aturdidos. Lo que explicaría por qué la ciudadanía, o sus organizaciones más representativas, reaccionan tan débilmente ante la acumulación de errores cometidos desde hace un año (en enero el virus ya se había detectado). Debemos reconocer que el coronavirus, con sus variantes, va a su bola. Sin control. Ola tras ola hasta la victoria final. Si se superó la primera ola, ¿por qué no se evitaron las siguientes? En este caso, hay que reconocer que la economía y las ansias de libertad jugaron un papel importante.

Creo, sinceramente, que lo sucedido hasta ahora en España, uno de los países del mundo más afectados por la covid-19, y en cada una de sus partes, tiene mucho que ver con la inexistencia de una autoridad sanitaria y científica de prestigio suficiente para ser considerada como tal autoridad y reconocida por todos. Lo cual hubiera garantizado la unidad de acción y evitado muchas decisiones y declaraciones absurdas, así como la utilización política de la pandemia, de derecha a izquierda y de arriba abajo. Que la que había no era suficiente, lo prueba el hecho de que la hayan tenido oculta durante casi un año, salvo la presencia mediática, muchas veces desconcertante y errática, de Fernando Simón (el primero que dijo que las mascarillas no eran necesarias) y del ministro Salvador Illa , promocionado hacia Cataluña, demostrando que produce más réditos electorales la fama que la capacidad. Muchos medios de comunicación han tenido que echar una mano de sus propios asesores científicos para explicar algunas de las cosas sucedidas. Lo cual, lejos de aportar algo de luz, aún embrollaba más los hechos.

HOY, GRACIAS a los trabajos de varias empresas privadas -dicho sin ironía- el mundo tiene a su disposición un conjunto de vacunas que constituyen la única esperanza de solución. Ante tal expectativa, el presidente Sánchez se dio prisa en anunciar un plan de vacunación, aún sin saber en qué plazos y cantidades llegarían las vacunas. Desde entonces han transcurrido muchos días y los aragoneses todavía no hemos recibido en nuestras casas la correspondiente cartilla de vacunación, incluyendo toda la información precisa. Parece mentira que un país que se pasa la vida enviando millones de papeletas de votación a cada elector no haya sido capaz de felicitarnos las fiestas con tan maravilloso regalo: fecha probable de vacunación, lugar, autorización, etc. La cuestión real era que no existía tal plan de vacunación.

En el caso de que hubiera vacunas suficientes ¿sería Aragón capaz de vacunar a toda la población en 90 días, como si de una letra de cambio se tratara? Es el mayor reto que los gobiernos, central y autonómicos, tienen hoy planteado, teniendo en cuenta que nos jugamos la vida y la economía. Por descontado que será necesario habilitar hasta los días de fiesta y establecer qué profesionales procederán a la vacunación. (Si cada uno de los más de 10.000 sanitarios que hay en Aragón, entre médicos y enfermeras, pusiera cada uno una sola vacuna al día, en tres meses estaba resuelto el tema). Porque cuanto antes acabe la vacunación y alcancemos la ansiada inmunidad, antes empezará la recuperación económica y social. Asunto este bastante olvidado y en el que varias de las ayudas que se han anunciado, son manifiestamente mejorables. Algunas, directamente, rozan el ridículo.

Me gustaría conocer cuantas de las ayudas que Europa va a poner en marcha se destinarán a empresas, por supuesto punteras, que sin esas ayudas también se hubieran creado. Es posible que algunas ya hubieran tomado la decisión incluso antes de la pandemia. Es claro, por tanto, que por ese camino no viene la solución a los miles de pequeñas empresas y autónomos que han cerrado o bajarán la persiana en breve. Estamos hablando, en el caso del turismo de Aragón, de salvar el 9% del PIB aragonés. Y de dar vida a los comercios que vivifican nuestras ciudades. ¿Cuánto se va a invertir en estos sectores?

Como el lector posiblemente ya conoce, soy ferviente partidario de los pactos. Especialmente cuando nos enfrentamos a una de las crisis más graves que hemos sufrido en España. También en Aragón donde, aunque creo que no se han hecho mal, algunos grupos se han escabullido en la votación presupuestaria. En mi opinión los pactos han sido más fruto de una especie de contrato de adhesión que de una profunda negociación. Simplemente porque primaba la necesidad del pacto en si, sobre su contenido. Por ejemplo, no veo en ellos, o echo en falta, algunas ideas personalizadas y creativas que deberían reflejarse en los acuerdos. Reconozcamos, por tanto, que un pacto de adhesión es fácil de conseguir, aunque sus beneficios están por ver.

En resumen, ¿estamos poniendo los medios para conseguir que el año 2021 sea realmente un feliz año nuevo?