Hay muchos más fracasados que fracasos. El crecimiento de esta tendencia se ha ido incrementando, de forma proporcional, con la humanidad. Los psicólogos nos esforzamos por aplanar una curva contra la que es muy difícil luchar. La pandemia que nos lleva a minusvalorar la percepción que tenemos de nosotros mismos sigue en aumento. El sistema de competición social se sustenta en la debilidad de sus integrantes. Se socializan las culpas y se concentran los éxitos en unos pocos elegidos, mayoritariamente por su capacidad económica.

La brillantez es anecdótica y esporádica. Se exhibe en el museo del esfuerzo personal, frente a los estadios llenos de aprovechados que convierten su oportunidad en la ocasión fallida del resto. La autoestima es la línea de flotación de la personalidad.

A ella van dirigidos los principales ataques de quienes, en realidad, no quieren que fracasemos sino que nos sintamos fracasados. De una derrota se aprende. En cambio, de un perdedor se huye porque es un inútil social. Por esto es importante que podamos objetivar los sentimientos. También los buenos en épocas de euforia. No me vayan a percibir en estas fechas solo como un nostálgico almendrado. Es la mejor, y casi única, estrategia para imponer nuestra personalidad a la dictadura de las percepciones ajenas. Tenemos derecho a estar tristes y alegres.

Pero los demás no tienen un derecho ilimitado a obligarnos a sentir lo que quieran. Si lo consiguen, y tienen medios para lograrlo, nos dominarán en un medio en el que la revolución es complicada: nuestro cerebro. Nos hemos impuesto un calendario, unas celebraciones y un modelo de consumo que nos lleva por el callejón del sentimentalismo sin dar opciones a la libertad de emociones. Las razones, por supuesto, están congeladas hasta la cuesta de enero. Las heridas y las terribles cifras de fallecidos, que ha reflotado el INE, nos recuerdan que el virus podría desearnos una feliz Covidad convirtiendo a nuestros seres queridos en allagados.

Vamos camino de la fiesta del reencuentro en el calor del hogar y resulta que estamos en una nueva etapa de la civilización. Aún no somos conscientes de que vivimos la primera glaciación social de la Tierra. Toda nuestra historia se ha construido con la cercanía.

Hemos crecido, nos hemos multiplicado, hemos conquistado, disfrutado, festejado y, por supuesto, también guerreado. Pero siempre cerca. Y muy juntos. Para querernos y para matarnos. Y de repente, los humanos debemos poner en marcha un enfriamiento global de la socialización. No es fácil. Ni siquiera para los que, a través de la Red, han establecido un medio alternativo de relacionarse. Diferente, pero no contradictorio. La carencia de perspectiva histórica hace que el vértigo comunitario sea menor.

Quizás esta glaciación social sea la defensa del planeta frente al calentamiento global. La fortaleza de la humanidad, el compromiso y la responsabilidad personal, de la mano de una vacuna que es hija de la ciencia, nos hacen vislumbrar un horizonte de progreso en el que seguiremos superando nuevos retos. Podremos fracasar, pero no seremos unos fracasados.

Progresaremos más y mejor si lo hacemos con criterio, razones y sentimientos propios y no con sensaciones impuestas, ajenas y artificiales. La psicología mejora la vida de muchos pacientes cuando son conscientes de que lo importante de sus sentimientos no es que sean más buenos que malos, que de todo tendrá que haber. Lo fundamental es que sean suyos.

La actualidad dice que Juan Carlos es nuestro fracasado real. Sabemos, por Ayuso, que no todos somos iguales ante la ley. Nos queda la duda de saber si lo somos ante el rey. Si Hacienda somos todos, algo nos debe el emérito. Ha pedido «regular», pero es muy deficiente. A los Franco los han regularizado los tribunales devolviendo el Pazo de Meirás que nos birlaron, con el arte de Emilia Pardo Bazán dentro, sin ninguna gracia. Entre devoluciones de uno y sentencia contra los otros, algo hemos sacado.

Europa gana su acuerdo presupuestario y del fondo de recuperación. Los gobiernos ultras de H.P. (Hungría y Polonia), amigos íntimos de Vox, fracasan en su bloqueo. Buenas noticias para España y la Unión. Un fracaso social es la cruda realidad de una pobreza que nos asalta como noticia de sucesos. Tres muertos en el incendio de una nave donde ¿vivían? un centenar de personas. Ha sido en la Badalona que limpió, y ahora preside, el popular Albiol. Pero hay muchas más fuera de Cataluña. Los desahucios hacen que las víctimas se sientan fracasadas.

En Aragón vimos al doctor Simón hacerse un autotransplante de corazón a su boca, luciendo orgulloso con Illa, su maño-mascarilla. Vino también la titular de Política Territorial, Darias, que aprovechó el viaje para firmar en Calamocha el Fondo de Inversiones de Teruel. En la Universidad de Zaragoza sigue Mayoral al frente. Se le da mejor la química que la informática.

El Real Zaragoza tiene nuevo director deportivo. El problema es lo que mantiene, quién lo mantiene y lo que le falta. A primera vista, igual ha venido porque lo han confundido con otro, pensando que iba a expropiar jugadores gratis. Es igualico al difunto exministro, Miguel Boyer. Dará juego en el plató de nuestro MasterChef patrio, La Pera Limonera. De burros entiende. Pero aquí preferimos chuflar.