La eclosión del feminismo es la gran aportación sociocultural de nuestros tiempos, puesto que significa el comienzo de la liberación de la mujer de las viejas cadenas patriarcales. Es la emancipación de la mujer del poder masculino, en nombre de la propia potencia femenina, tratando no solo de subvertir el dominio del hombre sobre la mujer, sino de empoderarse o acceder a su poderío desbancándolo. En el feminismo actual ha vencido la búsqueda de la igualdad con el varón, de modo que el feminismo igualitario ha desplazado al feminismo diferencial o de la diferencia entre hombre y mujer. El feminismo político de la igualdad entre la mujer y el hombre ha barrido al feminismo cultural de la diferencia entre el hombre y la mujer, sin duda porque la tradición patriarcal ha usado esas diferencias ideológicamente para someter a la mujer y encumbrar al hombre. Pero el feminismo agresivo de la igualdad corre el peligro identitario de igualar a la mujer con el hombre, hasta el punto de identificarse con el rol o papel prepotente de este en la sociedad.

El resultado sería una mera inversión de roles o papeles que deja el poder idéntico o igual, cambiando meramente sus portadores: quítate tú que me pongo yo.

Ahora bien, la propia mujer tiene que deconstruir la idea del poder encaramado por el varón. Para ello hay que afirmar una igualdad social entre la mujer y el hombre, pero también una cierta o incierta diferencia psicológica complementaria entre el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, lo patriarcal y lo matriarcal. No se trata de una diferencia esencial sino existencial, no real pero sí simbólica o surreal. Una diferencia entre lo masculino y lo femenino que por cierto no debe resolverse por su separación u oposición, sino por su complicidad en su mutua horizontalidad e interhumanidad. El peligro de la igualdad total lleva a un identitarismo que suprime la diferencia como positiva disidencia.

Procreatividad matriarcal

La diferencia o disidencia más obvia y polémica de la mujer es su procreatividad matriarcal, la diferencia o disidencia más obvia y polémica del hombre es su productividad patriarcal. Pero matriarcal y patriarcal son límites o fronteras que deben transitarse mutuamente hasta alcanzar la Fratria, el fratriarcado/soriarcado, así pues la re-mediación de lo matriarcal y lo patriarcal en la común humanidad del hombre/hembra. Frente a nuestras sociedades modernas, todavía algunas viejas sociedades como la guajira, tienen una estructura real patriarcal, pero una urdimbre simbólica matriarcal, hasta el punto de que su lengua usa el género inclusivo en femenino, usando «nosotras» en lugar de nosotros.

Yo mismo pienso que en la historia de la humanidad ha habido una inflación de lo masculino y el masculinismo frente a lo femenino y el femEnismo, al que se ha impuesto en definitiva por la fuerza bruta del varón. Por eso mantengo que debería defenderse un auténtico femEnismo o proyección de lo femenino frente al machismo todavía vigente y rampante. Ello evitaría pensar el feminismo actual como un masculinismo o machismo simplemente del revés. El auténtico feminismo tiene que apoyar a la fémina, pero no en nombre de lo masculino y su masculinismo, sino en nombre de lo femenino y su femEnismo disuelto y resuelto, encarnado, en un fratriarcalismo radical.

Un tal fratriarcalismo ya no nos define por nuestros órganos, atributos o atribuciones, sino por nuestro rostro y rastro personal. Y la persona es andrógina o femenino-masculina, pues en ella ya no rige el género sino la especie (humana). Que nada nos defina ni confine al respecto: apertura y trascendencia.