La extensión y contundencia de la movilización de las mujeres causó ayer estupefacción en las derechas, sobre todo en la derecha-derecha, la de toda la vida: el PP. Al margen del reflejo electoral que tenga la proximidad de otro 8-M tremendo, el éxito de las convocatorias feministas dejó muy desconcertada a la peña casadista, porque pensaban que la cosa iba a ir de repliegue y capacaída, pero aún resultó más potente que el año pasado. Así que los conservadores más activos se desahogaron en internet: los de Vox con un obsesivo ejercicio de grotesco machismo, surreal y delirante; los peperos con una especie de incredulidad airada y un evidente temor a lo que pueda pasarles en las inmediatas citas con las urnas. En Cs tuvieron más reflejos y se quedaron un poco en tierra de nadie, pero sin renunciar a estar en las manifestaciones de la tarde. Eso sí, su identificación con Clara Campoamor también tuvo gracia. Si la sufragista levantase la cabeza le diría a Rivera: «Ciudadano, que yo soy liberal... de las de verdad».

El PP se está quedando sin un espacio propio. Al mimetizarse con Vox le hace el juego a este último partido, que así afianza sus argumentarios paleoconservadores, se institucionaliza y gana terreno. El retorno al nacionalcatolicismo, como se vio ayer mismo, sí puede tener algún impacto positivo sobre sectores muy reaccionarios, que ahora salen del armario encantados de volverse a conocer, pero resta más que suma si lo que se pretende es construir una alternativa de gobierno. Dejarle la calle a las izquierdas y la red a la extrema derecha no es una táctica inteligente... ni ganadora.

Casado no ha sabido leer que, más allá del feminismo organizado, cuya fuerza es relativa, la causa de las mujeres ha empapado a la sociedad de manera transversal y muy profundamente. Medios de comunicación, instituciones, sindicatos, asociaciones civiles, colectivos... todos quisieron hacer ayer algún guiño, algún gesto de color violeta. Ponerse en contra no tiene sentido, salvo si se quiere provocar. Pero para esto ya está Abascal. ¿No?