Hace ya más de siglo y medio que aparecieron los primeros movimientos feministas, que comenzaron en Estados Unidos en 1848, reclamando el derecho al voto de las mujeres. En el siglo XX las sufragistas ganaron esa batalla, pero los derechos de las mujeres y la igualdad con los hombres siguen siendo a comienzos del siglo XXI un tema de debate y de controversia. Día sí día también, en casi todos los países del mundo continúan dándose casos de maltrato, violencia de género y desigualdad entre hombres y mujeres, aunque algunos políticos obtusos que militan en partidos con nombre de diccionario antiguo siguen empeñados en no llamar a las cosas por su nombre y en ignorar un problema que afecta fundamentalmente a las mujeres.

Tras milenios de dominio político masculino, la situación ha dado un vuelvo fundamental en los últimos cuarenta años en España. El acceso de las mujeres a todo tipo de puestos dirigentes ya no es extraño, aunque todavía se siguen destacando en la prensa española noticias como «la primera mujer que llega al grado de general del ejército», «la primera vez que un banco es presidido por una mujer», «la primera alcaldesa en la historia de Barcelona» y otras «primeras veces» por el estilo.

La sociedad española ha cambiado, para bien, en esta cuestión, pero siguen quedando atávicos remanentes del viejo y rancio machismo en el subconsciente individual y colectivo. Por ejemplo, que un concejal del ámbito de Podemos en el ayuntamiento de Zaragoza, reconocido por su larga trayectoria en defensa del feminismo y del colectivo LGTBI, llamara con tono algo despectivo «guapa» a una concejal del PP durante un pleno municipal no deja de ser un resabio de esa vieja y enraizada tradición machista que aún habita entre nosotros.

Parece claro que el machismo no debería ser cuestión de derechas o de izquierdas, aunque el punto de vista de quien mira este problema suele ser parcial y sesgado, y así, cuando actitudes o expresiones machistas salen de la boca o del comportamiento de «uno o una de los nuestros», los conmilitones de la formación correspondiente callan o tratan de justificar lo injustificable.

Por eso, y para que por fin se alcance la plena igualdad entre hombres y mujeres y acaben de una vez por todas comportamientos machistas, son necesarias leyes, y mucha educación en la igualdad, que defiendan a las mujeres y al colectivo LGTBI. Y cuando eso ocurra, ya no harán falta este tipo de disposiciones legales, porque se habrá eliminado al fin esta lacra y esta indignidad.

*Escritor e historiador