Pertenezco a una generación de mujeres que necesitó permiso paterno y tres meses de trabajo social para sacarse el carnet de conducir y el pasaporte. Una generación que devoró las primeras traducciones de Miedo a volar, la revolucionaria novela de Erica Jong que había que reservar en la Librería de Mujeres, donde alimentábamos un bote solidario para las que tenían que ir a Londres. Una generación que, por sabia indicación de la Beauvoir, entendió que el feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente. Así que muchas militamos concienzudamente, incluso al margen de la guerra de siglas subordinadas, algunas, a ideologías políticas muy radicales. ¡Anda que no había tajo! Teníamos que conseguir la legalización de los anticonceptivos para poder decidir nuestra propia vida personal y laboral, bajas maternales pagadas, guarderías, salarios igualitarios y, sobre todo, sacudirnos el patriarcado. Nos movilizamos en 1976 ¡qué gustazo! cuando juzgaron por adulterio a una joven zaragozana para la que pedían cinco años y 50.000 pesetas de multa. La Asociación de Mujeres Demócratas de Aragón exigió la inmediata abolición de esa Ley. La trajo el Régimen del 78. Trabajamos a destajo por el cambio y la mayoría elegimos como compañeros de vida a hombres que nos querían iguales y con los que educamos a hijos en la misma igualdad. ¿En qué momento se jodió todo? No, no haré huelga. La guerra de siglas y colores me hace retroceder 40 años, como cuando en pleno debate sobre el aborto alguien proponía sacar a los presos de las cárceles. ¡Qué cansancio!. H *Periodista