El lenguaje construye la realidad. Cuando no se banalizan, las palabras tienen una enorme capacidad transformadora. Por eso es importante que el poder político coloque al feminismo (el principio de igualdad de derechos de hombres y mujeres) en el centro de la acción de gobierno. Que el Ejecutivo español se defina como feminista y el presidente Sánchez vincule su compromiso «inequívoco» con la igualdad de género a las movilizaciones feministas del 8 de Marzo es una declaración de principios. No es banal, y construye la realidad.

Por su composición, el Gobierno (6 ministros y 11 ministras, en quienes además recaen importantes carteras y los temas económicos claves) es, en sí mismo, un referente de enorme calado político --la igualdad es una cuestión de poder-- y social. Va más allá de lo simbólico, y contribuye a combatir estereotipos y a superar barreras. Traslada un mensaje claro a toda la sociedad: con voluntad política es posible cambiar la realidad e impulsar una «nueva normalidad» basada en la igualdad entre hombres y mujeres. Con el nombramiento de su Gabinete, el presidente Sánchez ha demostrado que contar con el Ejecutivo con más ministras del mundo (todas ellas mujeres de indiscutible solvencia y experiencia) no era tan difícil. O, en palabras de ONU Mujeres, «cuan relativamente sencillo es lograr la igualdad en el más alto nivel de liderazgo político cuando hay voluntad política». Como también subraya esta organización, con su decisión, el presidente español «establece un precedente y eleva el listón», mientras «envía un mensaje importante a otros líderes sobre la velocidad del cambio, y la importancia de liderar con el ejemplo». Se trata de una decisión política (en su sentido de politics) de enorme relevancia e impacto, que trasciende el ámbito nacional.

Siendo esto esencial, su traducción en políticas públicas sostenidas en el tiempo resulta imprescindible para consolidar avances sustantivos. El Gobierno ha apuntado ya algunas de sus prioridades, como la ejecución del pacto contra la violencia de género; o una ley de igualdad laboral (que incluye la brecha salarial). ¿Y en política exterior? La igualdad de género, además de uno de los 17 objetivos de desarrollo sostenible, es transversal a toda la Agenda 2030, una agenda nacional y global a la que España deberá contribuir. Sin el empoderamiento de todas las mujeres y las niñas, será muy difícil lograr el resto de los objetivos, y muy en particular la paz y la seguridad internacionales, asuntos centrales de la política exterior.

Entre el 2004 y el 2011, leyes innovadoras como la integral contra la violencia de género y la de igualdad efectiva entre hombres y mujeres convirtieron a España en un país de referencia internacional. Recientemente, durante su bienio 2015-2016 en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el Gobierno recuperó un cierto perfil internacional en materia de igualdad, que no se acompasaba con políticas en el ámbito nacional. Con el nuevo Gabinete del presidente Sánchez, España se ha situado como el país más avanzado del mundo en términos de participación política de las mujeres en el poder ejecutivo, proyectando al exterior una imagen de liderazgo en materia de igualdad de género. Fortalecer este renovado perfil internacional, y darle consistencia y solidez, demandaría, junto con las políticas públicas de dimensión nacional, una política exterior que pueda acuñarse también como feminista (en la línea de Suecia y Canadá), y que sitúe a la igualdad de género como un verdadero objetivo estratégico, también en el plano internacional.

Para ello, España debería, en primer lugar, actuar en la UE (en cuyo seno la igualdad de género está lejos de ser una realidad). Incluir la igualdad entre hombres y mujeres en la ecuación sobre el futuro de la Unión es inaplazable. Asimismo, España debería liderar la defensa y promoción de la igualdad de género en los organismos multilaterales, y muy en particular, en el seno del Consejo de Derechos Humanos, del que formará parte durante el trienio 2018-2020; darle centralidad (y recursos) en la cooperación internacional; elevar a un lugar prioritario la agenda Mujer, Paz y Seguridad; o incorporar la igualdad de género en todos los diálogos políticos bilaterales, entre otras medidas de medio y largo plazo. España puede, como actor global y europeo, liderar con el ejemplo, e imprimir el sentido de urgencia que el desafío requiere. La igualdad de género es un bien público global. Y también se juega en la política exterior.

*Coordinadora de Proyectos del Real Instituto Elcano