La Feria del Libro Aragonés de Monzón es muy peculiar. Lo es por su dedicación a la literatura aragonesa, por su éxito, por la concurrencia de autores y público; e incluso también por su fecha: el pasado puente de la Constitución, el pregón de Sandra Araguás dio por inaugurada la muestra, resaltando el papel que el libro ha tenido en su propia trayectoria vital, pues ya desde muy niña era el esperado y deseado artículo de lujo que solo se dejaba ver en casa tras la visita de los Reyes Magos. Por suerte, las bibliotecas suplían entonces la escasez de tomos en los hogares y permitían a los niños el acceso al supremo universo de fantasía y aventuras, ese ingrediente imprescindible en la infancia sin el cual no se puede concebir un pleno y cabal desarrollo, cuyo principal báculo es el libro. Pero lo que hoy tienen muchos niños en sus manos es algún artilugio electrónico, lo que sin llegar a ser algo necesariamente pernicioso, les priva del inmenso placer de tocar, oler, acariciar las páginas de un libro y acudir de nuevo a ellas como un amante celoso. La semana pasada, en el recinto de la Institución Ferial montisonense, se respiraba aroma de libros, se vivía el libro, en lo que, según Nacho Escuín es un destacado evento plenamente consolidado en el panorama cultural aragonés. Desde Zaragoza, partió el sábado hacia la feria el Tren de la Cultura; lo hizo cargado de ilusión; retornó de Monzón pleno de esperanza.

El libro encuentra en Monzón un aliado, un amigo generoso que invita a repetir cada edición la visita a esta feria entrañable. Tanto más en cuanto que el devenir de ese supertecnificado, pragmático y globalizado espacio en el que nos movemos se muestra particularmente rácano en todo lo que se refiere a la cultura en general y al libro en especial.

*EscritoraSFlb