La sala de Fnac--Zaragoza está proyectando un más que interesante y diferente ciclo de cine erótico, muy recomendable para los fanáticos del género y, en general, para los aficionados al séptimo arte.

La selección de películas ha corrido a cargo de un excelente programador, Ángel Gracia, autor él mismo y mente atenta a cada nueva evolución o tendencia. Que, en el erotismo, ha venido basculando entre los cánones clásicos de un decadente esteticismo a planos volcánicos de sexualidad, oscura o rabiosa, radiante, a veces desmedida, feroz. Siendo siempre el erotismo, además de género en sí, condimento o salsa de otros muchos guisos literarios y cinematográficos.

¿Qué será, no obstante, en su definición, el erotismo? ¿En qué se diferencia del voyeurismo, del deseo, de la pasión sexual, de la pornografía? ¿No será, finalmente, Donald Trump quien, desde su periferia intelectual, nos haya marcado las categorías: Melanie el erotismo y Stormy Daniels la pornografía?

Bromas aparte, el tema es tan serio que se remonta al origen de la Humanidad. Grecia y Roma, en sus báquicas alamedas, entre auspicios y actores, celebraron el fulgor de la carne con la alegría de los sátiros y el priapismo del fauno, pero fue entre nosotros, los renacentistas, cuando la Sevilla y la Roma de la lozana anzaluza, la farmacopea de la Celestina, los revolcones del Buscón nos prepararon para la fiesta del amor en todos sus altares.

No se pierdan, y crean que el consejo es bueno, los títulos de este ciclo de cine erótico que quedan por verse en Fnac--Zaragoza: El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, de Peter Greenway, que se proyecta esta misma tarde. Y en días sucesivos Labios ardientes de Dennis Hooper; Lazos ardientes, de Lilly Wachovski y Lana Wachovski; Stoker, de Park Chan-wook; o El desconocido del lago, de Alain Guiraudie.

Un festín, variado y rico, para revisar el concepto clásico de erotismo, si acaso exista, y conjugarlo en distintas geografías. Pues el amor y su práctica varían sustancialmente allá donde miremos, bien con la franqueza, con la naturalidad de los nuevos y liberados tiempos, bien por la mirilla de la represión, cuando el español, en palabras de Luis Buñuel, era el hombre más reprimido del mundo.