En sus 48 años de existencia, el Festival Internacional de Cine de Huesca no había tenido una edición tan extraordianaria como la que se inició el viernes. No es necesario pensar mucho en cuál ha sido la causa. L a pandemia, el estado de alarma, las medidas de distanciamiento social, el cierre de las fronteras nacionales han obligado a la organización a tirar de imaginación y a reinventarse. Con una sección online gratuita, sesiones presenciales en el Teatro Olimpia y un autocine con capacidad para 200 vehículos, todo con respeto a las medidas de seguridad, ha logrado convertirse en en uno de los primeros eventos culturales que se celebra en las fechas previstas --hasta el próximo sábado-- y con asistencia de público. Una fórmula con la que la dirección del festival, uno de los más antiguos de España, ha querido que la capital altoaragonesa no se vea privada de su citada con el séptimo arte. Desgraciadamente, no tendrá los mismos efectos económicos en la ciudad que otras ediciones por cuanto que los viajes entre autonomías aún están vetados y las fronteras nacionales siguen cerradas al turismo. El hecho de que los pases y estrenos se hagan online abre el evento igualmente al mundo, un canal por el que también serán reconocidos de manera virtual los premiados de este año. Esta es la fórmula a la que se van a ver abocados aquellos eventos que, con más trabajo, eso sí, quieran mantenerse aunque sea fuera de las fechas habituales. Este festival de cine es un lujo para Huesca y para Aragón y todo el esfuerzo organizativo desplegado para llevarlo a buen puerto merecen el reconocimiento de todos. En un momento en el que la cultura grita a las administraciones ayudas para superar la crisis en la que están inmersas las pequeñas empresas del sector, la celebración de citass con tanto prestigio como esta debe ser un ejemplo para que las autoridades se tomen en serio las peticiones de los trabajadores y empresarios de las artes escénicas.