La desfachatez del ministro de Universidades es de las que hará época, y no para bien. Manuel Castells, la cuota ilustrada de Podemos, es un fiasco de antología que va a comenzar el curso igual que lo terminó: desaparecido en un combate en el que se juegan presente y futuro miles de universitarios sobre los que el ministro frivoliza con el mismo descaro con el que se ríe de los sueldos de miseria de los docentes asociados.

En nueve meses solo ha dado la cara en dos ocasiones, la primera para insultar a los universitarios que sufrieron confinamiento forzoso sin apuntes ni material: «Se largaron alegremente», eso dijo. La segunda, hace una semana, para decirles «volved como podáis e intentar sobrevivir, no tengo un plan B pero sí un plan C, de catástrofe». Afortunadamente, los universitarios no dependen directamente de él, ni siquiera le han sido confiadas las becas, que siguen gestionadas por Educación dada su inutilidad escandalosamente manifestada desde el mismo momento que asumió la cartera, un ligero paréntesis en su placentera vida al rumor de las olas de Santa Mónica.

Que él no ejerza como ministro resulta insultante, pero es una desvergüenza política que al presidente del Gobierno le importe un pepino cómo este tipo gestiona el presupuesto de su departamento: Castells es una imposición de Podemos, así que ya se gestionará Pablo Iglesias el delirio de un ministro que se ha convertido en el rey del meme, gracias a sus artículos periodísticos. Dudo que a los ganaderos directamente afectados por el rebrote de junio les hiciera ninguna gracia aquel artículo de Castells que proponía una ley vegana «porque hay más plantas que vacas». Igual es porque estoy lejos del humor de un independentista catalán nacido en Albacete y residente en California por lo que me indigna que dedique su intelecto a escribir sobre la fantasía y el diseño de las mascarillas.