La política, por desgracia, está dejando de ser una de las bellas artes, y un hermoso oficio, para convertirse a los ojos de millones de españoles en una fuente de conflictos, problemas y corrupción.

La sensación de que casi ninguno de los diputados que se sientan en el Congreso, o de los cargos que lo hacen en los principales sillones del poder, está limpio de polvo y paja comienza a ser tan agobiante como esa clase de malas noticias que se cronifican cíciclamente y que no acaban de extirparse nunca. En todas las encuestas, desde hace años, figuran los políticos como una preocupación general, como o perturbación ciudadana, como una de las plagas, con el paro, la violencia de género, etcétera, que nos asolan. Cuando, en lid parlamentaria, debería ser todo lo contrario.

Nuestro político tipo, en general, es un individuo jerarquizado y fiel al partido. Nace en su seno, por lo común desde abajo, pegando carteles, para entendernos, y poco a poco va subiendo en el escalafón hasta ocupar un escaño de concejal, diputado provincial o autonómico, con vistas a ponerse de largo a la mínima ocasión electoral en el Congreso o en el Senado.

Para entonces, nuestro político tipo, genérico, habrá asimilado la filosofía y praxis de sus siglas de tal manera que en su cabeza cabrá poco más, y casi ninguna duda. El partido ya dirá qué hacer con la economía, la sanidad, la educación. El jefe de filas, de grupo, ya dirá qué hacer con el debate, la moción, la comisión. El presidente o líder supremo ya dirá si se presenta o no y quiénes van a ser sus paladines en las cámaras y en el partido. Nuestro arquetipo, que tal vez un día soñó con cambiar el mundo, o por lo menos el trocito de universo que le rodeaba, se habrá convertido en un soldado, en una pieza más de una máquina que no maneja ni dirige, pero que funciona las 24 horas a pleno rendimiento, en turnos diurnos y nocturnos, sembrando y recolectando votos en campos políticos que a nuestro diputado tipo cada vez le parecen más grandes, infinitos, pues se extienden a otros países, incluso más allá de los mares, en un paisaje universal donde los suyos se dan la mano con la verdad bajo el sol de la justicia.

Un día, nuestro héroe descubrirá una infracción, un fallo en el sistema, y lo denunciará o no, dependiendo de su ética y nivel de independencia. El 99%no denuncia. Y el 1% que sí, ya no está. Unos lo llaman fidelidad, otros sentido de Estado.H