Que la planta zaragozana de automóviles de Figueruelas tenga un año sin grandes inquietudes y sin ninguna duda sobre su futuro más inmediato es, sencillamente, imposible. El año que ahora acaba ha sido «intenso». El adjetivo lo puso el director de la factoría, Juan Muñoz Codina, en su felicitación de Navidad a los trabajadores. Algunos empleados dicen que más bien ha sido un año de miedo e incertidumbre porque nadie sabía cómo iba a ser realmente la integración de Opel en el cluster ibérico de PSA, la nueva dueña, que ha inyectado nueva cultura y nuevos valores. Pero también había que preparar la planta para el lanzamiento del nuevo Corsa en todas sus versiones, incluida la eléctrica para el 2020. Y además, había que hacer mucha tarea de adiestramiento de eficiencia en la fábrica porque el año que viene también es el de la nueva normativa europea de emisiones que, seguro, condicionará las decisiones de la dirección y supondrá mucha flexibilidad y mucha adaptación. Pero en principio todo parece haber salido bien, va por buen camino y se ha llegado al final del 2019 con la mayoría de las sinergias previstas en PSA con Opel y sin cerrar ninguna planta ni grandes alteraciones. Ahí, el artífice es Carlos Tavares que ha demostrado una gran capacidad para cambiar cosas sin que se produzca mucho ruido.

Pero ahora viene otro desafío. La unión de PSA y Fiat Chrysler Automobiles (FCA) sellada esta semana va a crear el cuarto gigante mundial de la industria automovilística con unos números desorbitantes: 8,7 millones de unidades de volumen de venta, 170.000 millones de euros de ingresos anuales, 11.000 millones de euros en resultados de explotación y un valor en bolsa de 45.000 millones de euros. Al frente de todo el operativo de esta alianza, Carlos Tavares, que tendrá que volver a utilizar su destreza para integrar las distintas marcas y hacerlas complementarias, con un 46% de ingresos generados en Europa y un 43% en América en la actualidad. Y una de las piezas que tiene que encajar el ejecutivo en todo este molde que debe configurar la nueva superempresa vuelve a ser la planta de Figueruelas.

De entrada, ya se ha dicho que los planes de desarrollo de ambos grupos fusionados no contemplan el cierre de factorías, lo que es una magnífica noticia no solo para la fábrica zaragozana sino también para Vigo y Madrid. Pero, claro, todo es a priori. Es verdad que los sindicatos aragoneses han valorado muy positivamente la fusión, que los casi 6.000 empleados de Figuruelas (más los de las empresas auxiliares) ven lógica y normal la fusión porque es lo que está ocurriendo con todos sectores, como la banca o las compañías de seguros. Pero también ven que, a la larga, siempre ha habido algún coste laboral y no deja de ser una preocupación.

Lo bueno es que este acuerdo empresarial se produce en un momento de concentración de la industria automovilística y de acuerdos estratégicos entre iguales, como los que ha mantenido Renault (con quien por cierto FCA quiso unirse pero el intento fue fallido) con Nissan y Mitsubishi o la que firmaron el verano pasado Volkswagen y Ford. Los cambios que tiene que hacer el sector son de calado y mejor hacerlos en unión. Los motores eléctricos (FCA no tiene prácticamente nada en este campo), la futura conducción autónoma, la digitalización, la movilidad compartida son algunas de las nuevas tendencias que requieren de programas de inversión y en el que, incluso, se abren pugnas económicas con empresas de tecnología. Por eso, las alianzas tienen mucho sentido para afrontar estos cambios y poder competir con mucha más consistencia.

Y ahí Figueruelas vuelve a destacar. La salida el próximo año del nuevo Corsa eléctrico le da un plus de garantía a la factoría aragonesa. La capacidad de enfrentarse a todos los nuevos retos tecnológicos, la producción, según ya el modelo de Tavares, es otro punto a favor porque ya lo ha demostrado en este año que acaba. Y sobre todo, si el ejecutivo de PSA se plantea que cuatro quintas partes del ahorro se conseguirá mediante la combinación de plataformas de producción, ese es un campo que ya lleva años trabajado desde la planta de Zaragoza. Su objetivo parece creíble, pero hay que sumar la consolidación de la inversión en vehículos eléctricos, el uso de la escala para exprimir a los proveedores y la eliminación de duplicidades administrativas que se darán entre FCA y PSA. Una buen alianza, pues, un magnífico ejecutivo, una buena situación para Zaragoza, pero una vuelta a la incertidumbre porque el sector no para de moverse.

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