Hay quien se toma la vida con filosofía, eso dice. Y cuando uno lo oye piensa que para él -para quien lo dice- la filosofía es poco más que una tisana. Otros, en cambio, enseñan Filosofía y se llaman filósofos: son profesores y esa es su profesión, de eso viven. ¿Pero qué es la Filosofía? Ni lo uno, ni lo otro: no es una tisana o dejar de pensar, ni pensar lo pensado. No es la historia del pensamiento. Reducir la Filosofía a la Historia de la Filosofía, no es hacer filosofía. Ni entrar en la historia, ni siquiera en la historia de la filosofía. Es relatar o contar la filosofía hecha.

La filosofía ni se toma ni se consume, se hace. No al margen de la vida, como espectador indiferente. Ni como relator objetivo que hace las preguntas que hay que hacer para enseñar la respuesta que se conoce. Lo primero no es pensar, lo segundo es repetir... lo pensado. Si esto repite -¡y se devuelve!- lo primero ni siquiera eso.

Hacer filosofía es hacer la vida y la historia, es una praxis. La praxis que nos hace humanos a ciencia y conciencia: responsablemente. Es una experiencia abierta, no un experimento de laboratorio. No es algo que siempre puede hacer uno, que cualquiera puede hacer para comprobar por ejemplo la ley de la gravedad en caso de duda. Todas las manzanas caen, y hasta la brevas, lo diga Newton o un hortelano como mi abuelo que también murió. Otra cosa es saber -¿quién lo sabe?- a donde va la vida cuando se va.

De eso, del sentido de la vida y aun de todo: por qué hay ser y no nada, de eso depende y en eso está -consiste- lo que llamamos filosofía. El que no tengamos respuesta no quiere decir que no hagamos la pregunta. Más aún, no solo la hacemos sino que no podemos menos de hacerla. Es lo menos que tenemos que hacer. Incluso cuando no queremos hacerla es porque la damos por respondida. Pero esa hipótesis no está comprobada ni refutada. Y la experiencia sigue abierta, como la vida y la pregunta que somos. Mientras tanto... Los puntos suspensivos nos remiten a la pregunta que somos. No a lo que somos o de dónde venimos, sino más bien adónde vamos. La pregunta que somos, necesaria e inevitable, es el hecho en cuestión de la filosofía. Si preguntamos por qué preguntamos será porque algo sabemos al preguntar y algo no sabemos del todo. Pues nadie pregunta por lo que ignora en absoluto o por lo que sabe ya sin duda alguna.

Ese saber y no saber hace de la pregunta una experiencia abierta, que nos abre los unos a los otros hasta llegar a casa si la hay para nosotros. Que ya se verá después de todo: no en el camino que no es lugar para quedarse, sino caminando y sin arriar la cuestión que nos reúne. Esa apuesta, esa determinación ese caminar juntos compartiendo el pan y la palabra. Esa esperanza en el tajo que no rebla, esa existencia que no insiste en el pasado y lo relega: lo recuerda para el futuro donde se salva si hay aún salvación que nunca se sabe. Ese caminar con un pie en tierra y otro en el aire, esa determinación sin vuelta a las andadas, eso es lo que yo llamo sentido y todo lo que sentimos en la pregunta que no cesa. Y ese sentido mientras caminamos, es lo que otros como Karl Jaspers llaman fe filosófica. O filosofía pura, a la intemperie. Abierta como un abrazo, compañeros. Lo que da que pensar a todos, y de comer a muy pocos. Eso es lo que creo y pienso. Lo que deseo para todas las personas. La profesión humana donde hay trabajo para todos. Esa fe es la razón del corazón que la ciencia propiamente dicha -es un decir- no comprende en absoluto.

*Filósofo