El sábado José María Aznar pasará de presidente del Gobierno en funciones a expresidente. Se despide rodeado de cierta sensación generalizada de alivio y únicamente confortado por actos de desagravio organizados por su propio partido. Nadie sabe qué papel se reserva en la etapa de oposición que se abre delante del PP.

OCHO AÑOS DE CRECIMIENTO. Aznar, respaldado por Rodrigo Rato, deja una economía española saludable que ha sabido aprovechar los momentos de euforia económica mundial y defenderse en los de recesión. La clave han sido unas cuentas públicas saneadas, aunque al precio de haber congelado las políticas sociales en un periodo en que la inmigración y el envejecimiento demográfico planteaban nuevas necesidades. Sin embargo, su modelo económico, muy apoyado en la construcción pero también en la precariedad laboral, da señales de agotamiento. Y la falta de una apuesta decidida por la innovación tecnológica le costará cara a este país en el futuro.

CUATRO AÑOS DE MAYORIA ABSOLUTA. El PP, obligado a dialogar en su primera legislatura, fue altanero cuando logró la mayoría absoluta. Aunque su gran consigna era restablecer la "cohesión", deja a España más dividida de como la encontró. Ahí está el proyecto de trasvase del Ebro como ejemplo. En su etapa han perdido calidad los mecanismos democráticos, dañados por su negativa al diálogo, la apropiación partidista de la Constitución, la confusión entre consenso y sumisión y la mediatización de las instituciones del Estado. El encono y la desconfianza contra los nacionalismos democráticos ha desvertebrado el espíritu del Estado de las autonomías y, en particular, ha acabado azuzando un mayor desapego vasco. Por ésta vía, los éxitos policiales contra ETA no han proporcionado los réditos políticos que habrían podido tener.

CAMBIO INTERNACIONAL. Aznar dio un giro a la política exterior con su entrega a los intereses de EEUU y el recelo hacia Francia, Alemania y la autonomía de la UE. Aznar no logró así el liderazgo internacional del que se llegó a vanagloriar, sino una irrelevancia creciente. Pesa más la España que pone condiciones para no retirar sus tropas de Irak que la que actuó como comparsa en las Azores. Los atentados del 11-M subrayaron la impopularidad de fondo del aznarismo. El Gobierno actuó con el mismo estilo con que había encarado las crisis de su última etapa, desde el Prestige al ataque a Irak: negando la realidad y descalificando a la discrepancia, instalado en la soberbia. Eso, esta vez, los españoles no quisieron perdonarlo en las urnas.