Los terroristas quieren obligarnos a hacer lo que no queremos, y se basan para ello en un instinto muy primario: el miedo. Todos tenemos miedo, en mayor o menor grado, pero todos sentimos pavor ante ciertas acciones de otros o frente a situaciones desconocidas. Lo importante, para ellos, no es el daño que causan, aunque también, sino el miedo que crean, el terror que expanden a su alrededor. La brutalidad de los atentados del 11-M nos ha sumido a todos en un estado de incredulidad que tardará en abandonarnos. Es tanto el dolor acumulado que nos parece imposible poder volver a sonreír como antes, a gozar de la vida como si nada hubiese pasado, aunque el inevitable discurrir de los días hará, afortunadamente, que los nuevos recuerdos vayan echando capas de un cierto olvido sobre el horror. Y es bueno que así sea, aunque de vez en cuando debamos recordar.

La memoria tiende a ser selectiva, dejando en un primer plano lo que nos es más agradable y ocultando lo doloroso. Para traer a nuestra mente lo más odioso tenemos en muchas ocasiones que esforzarnos, y yo hoy pretendo hacer eso: recordar cosas dolorosas. Porque el atentado del 11-M tal vez nos haga ocultar en la nebulosa del reciente terror otros anteriores, y yo quiero recordar que ETA ha causado mucho dolor y miedo entre nosotros.

El portavoz de los socios políticos de esta banda de asesinos ha aparecido en estos días, tras el 11-M, en distintos medios de comunicación poniendo la mejor de sus muecas para decirnos que ellos no son tan malos, que nunca harían algo así. En los cuarenta años que dura su macabra existencia han matado a cerca de novecientas personas, o tal vez sean más, depende de las fuentes de información que maneje cada cual, lo que supone muchos años de dolor y muchas personas doloridas y aterradas, y eso no lo podemos olvidar. Ni siquiera ahora cuando se está rumoreando que en fechas próximas van a declarar una tregua, ¡hay que ver qué buenos son que durante un tiempo nos permiten vivir sin miedo!

LOS UNOS MATAN en nombre de un dios, los otros en el de una patria soñada e inexistente, y no seré yo quien elija cual de los dos motivos es menos digno. Los dioses y las patrias no son buenos ni malos, lo son las personas que matan apelando a ellos. Los ciudadanos normales creemos o no en esos espíritus, incluso discutimos sobre las ventajas e inconvenientes de creer en dioses celestes o mundanos, pero no apelamos a altos ideales para asesinar, y por ello me han parecido especialmente vomitivas las diferenciaciones que se están haciendo sobre quienes matan por ideales más defendibles.

ETA está herida de muerte, pero lo estaba ya antes del 11-M. La eficacísima labor policial, en la que el gobierno del PP lo ha hecho bien y así hay que decirlo, junto con la colaboración de estados que antaño cobijaban a estos terroristas les ha llevado a un callejón sin salida. Y el entramado social que les ha sostenido durante estos años también se está resquebrajando, por lo que en un futuro más o menos inmediato nos vamos a encontrar con un grupo poco numeroso de fanáticos enfermizos que querrán continuar, y lo harán, con eso que llaman la lucha armada, poniendo bombas de manera tan indiscriminada y brutal como lo vienen haciendo desde siempre, y unas voces cada vez más numerosas que les harán llamamientos a que pongan fin a su locura.

Y LLEGARA su fin, que será acogido con un gran grito de júbilo por todos nosotros, y con un silencioso dolor por algunos nacionalistas vascos, esos que tantos beneficios han obtenido de las acciones de "quienes movían el árbol para que ellos pudiesen recoger del suelo los frutos".

Pero el mal llamado problema vasco quedará ahí encima de la mesa, tan grande o tan pequeño como lo era antes de ETA, con el añadido de los centenares de muertos causados por los asesinos, y el dolor y el odio sembrado con las muertes. ¿Qué haremos para resolverlo? Si quieren que les sea sincero, no lo sé.

Dejando a un lado a los terroristas, si es que podemos hacer algo así, situándonos en una realidad futura que espero próxima, sin asesinos amenazándonos, el nacionalismo democrático tiene que asumir su enorme responsabilidad, explicando a sus afiliados y simpatizantes que el Plan Ibarretxe es inviable, que no es verdad que se pueda permanecer en la Unión Europea fuera de España, y que eso de estado libre asociado queda muy bonito como sueño pero que ni siquiera con Puerto Rico y Estados Unidos está resultando panacea alguna. El utópico país de Euskalherría no ha existido ni tiene visos de existir en el futuro. Los sueños de Sabino Arana no eran más que eso, sueños, y deben quedarse en el mundo de las fantasías, dejando a Francia y a España en paz, conviviendo con más o menos agrado dentro de las fronteras que llevan ya muchos años fijadas y que son tan buenas o malas como cualesquiera otras.

El fin de ETA está próximo. No es sólo un sueño, hay indicios fiables de que será así. Vayamos pensando en el mañana, menos doloroso, pero no por ello menos complicado.

*Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Zaragoza.