Hoy toca compras. Justo antes del confinamiento, acababa de comprar un ramo de claveles rojos. Es mi flor favorita, y suelo tener en casa porque me alegra la vida y su olor me recuerda a mi abuelo, que los cultivaba para mí. Los claveles me duraron la primera semana del confinamiento, y mirarlos me traía a la mente la vida que había quedado suspendida ahí fuera, mientras el virus arrasaba con todo. Así que cuando abrieron las tiendas, este lunes, me fui a la floristería del barrio y compré otra docena. Fue como cerrar un círculo. Vuelve a haber flores en mi casa, la belleza se puede recuperar.

Otra cosa que me ha hecho una compañía inmensa estos dos meses ha sido la lectura. Afortunadamente, tengo la biblioteca surtida, porque compro libros como quien compra vinos: para degustarlos cuando llegue el momento. Uno de los que me han dado paz ha sido El infinito en un junco, de Irene Vallejo, que he leído a sorbitos. Entre novela negra (mi favorita) y novela histórica (les recomiendo dos autores que he descubierto en el confinamiento, Adrian Goldsworthy y David Barbaree) abrir el libro de Vallejo era como hacer una pausa para darse un baño caliente y relajante. Irene, que es amiga, tiene una forma de narrar que te atrapa y te relaja. El momento para leerla era ahora, ha escrito un libro para tiempos de quietud. Por eso, porque hoy esta columna va de compras, pero también de cerrar círculos, la siguiente compra que voy a hacer es en una librería. Que ya están abiertas, por fin. Así que no me olvido de los miles y miles de muertos, de lo mucho que hemos perdido, pero quiero tener esperanza. Quiero sentirme un poco más optimista, porque ya se pueden comprar flores y libros.

*Periodista