Pese a que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha ido de la mano de la Unión Europea y del Banco Central Europeo (BCE) formando la temible y famosa troika que impuso en los países con más problemas de la Unión --los más pobres-- una política de austeridad draconiana, hace unos cuantos meses que marca distancias. Ha llegado a la conclusión de que aquellas medidas no cayeron como agua de mayo y de que han traído tantos o más problemas de los que han resuelto.

Su posición, libre de contiendas electorales y de responsabilidades de gobierno, le permite dar marcha atrás y mudar de opinión cuando quiere; de hecho, lo hace a menudo, lo que no contribuye precisamente a su credibilidad. Lleva tiempo reclamando del BCE un cambio frente al fenómeno de la inflación, que pasa nuevamente por ser el principal problema de Europa, aunque por otros motivos que en otras épocas. Ahora, el riesgo está en la baja inflación y en los peligros de deflación que supone. Peligros a los que los europeos no estamos acostumbrados, pero que en Japón han estancado al país durante dos décadas.

PRESIÓN AL BCELa perspectiva de que los precios bajen induce a los ciudadanos a posponer sus decisiones de compra, lo que frena las ventas y, en consecuencia, la producción y la creación de empleo. Además, sube los tipos de interés reales, lo que encarece la deuda y lastra el crecimiento.Pues bien, el FMI no cesa de presionar para que el BCE tome medidas. Lo ha hecho varias veces, la última durante su reunión en Washington este fin de semana. Desde su punto de vista, Grecia y España son los países con más riesgo de deflación, lo que nuestro ministro de Economía, Luis de Guindos, acaba de negar, pese a que el IPC de marzo volvió a ser negativo.

Luis de Guindos

Mario Draghi