En Aragón existe una sana rivalidad política, forjada en cuestiones tal vez desfasadas pero eficaces, como el respeto, la convivencia y la educación. En Galicia, Castilla y León o Valencia, por lo que podemos leer, ocurre lo mismo. Muy encendido tiene que estar un debate para que los medios apunten como novedades la tensión, la grosería o la agresión verbal. De las crónicas de la Aljafería habría que remontarse a los convulsos años noventa para encontrar un ambiente crispado al máximo. Llama la atención esa atmósfera apacible de la periferia en contraste con la agresividad que se vive en el Congreso de los Diputados, donde la oposición traspasa los límites todas las semanas. Es evidente que no es un problema de Madrid, porque sus señorías llegan desde todos los puntos del país.

La tensión es insoportable por una simple razón: en torno a la actividad política nacional existen cientos de cámaras y de focos, miles de horas semanales de radio y toneladas de páginas para relatar, reflejar e interpretar lo que sucede. Las televisiones embrutecen a ciertos políticos, que actúan y se expresan en busca de su momento de gloria y de jugosos titulares. La codicia informativa es tan grande que una diputada acusa a Pablo Iglesias de ser «hijo de un terrorista» para que su imagen eclipse a su propio líder, que a su vez busca a la desesperada anular a Santiago Abascal. Así funciona esto. Cayetana Álvarez de Toledo actúa como una hiena ávida de sangre porque los focos le atraen más que a Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses. Sin esa exagerada atención a unos personajes de por sí mediocres, el Congreso sería un lugar para buscar soluciones a los problemas del país. No para aumentarlos.

*Editor y escritor