La luz no es solo un hecho físico del que depende nuestras vidas. La luz es además un símbolo que viene acompañando al hombre en todas las civilizaciones y culturas que ha creado y cultivado. Egipcios, griegos, romanos, cristianos, islámicos… todos se han servido de la luz como forma de representar la sabiduría y la bondad. En todos sus templos la luz ocupa un lugar especial. Pero también en corrientes de pensamiento al margen de Dios o los dioses, como la Ilustración en el siglo de las Luces, dan noticia de un protagonismo análogo.

Buscamos la luz como parte del alimento del cuerpo y el alma y en justa correspondencia identificamos la oscuridad y las tinieblas con el mal, la mezquindad, el peligro, el daño… En cuanto a nosotros, cuando el que nos trae y nos lleva es el vigésimo primer año del siglo XXI, con los medios de comunicación convertidos en la versión actualizada y vulgarizada del oráculo de Delfos hemos reducido el poder sanador de la luz a la presión concentrada del foco. Supongo que ustedes, como yo, estarán ya cansados de escuchar y leer a todas horas esa expresión, empobrecida a fuerza de repeticiones, de «poner el foco».

Por lo visto hay que poner el foco en esto y/o aquello y se supone que así, con esa luz, escasa pero centrada, focalizada en un tema o problema este podrá ser entendido y resuelto. «Poner el foco» sería algo parecido a poner el microscopio sobre una muestra de tejido para analizar sus células. Y no digo yo que aquello sea mala idea, lo que creo, desde hace tiempo, es que si además de «poner el foco» encendemos faros la cosa se verá bastante mejor. Los faros, esas luces que avistadas desde el mar daban y dan la salvación y la vida a los barcos, junto a su belleza tienen mucho de símbolo, símbolo de promesa, promesa de rescate, de vuelta, de hogar…

El poder de lo inminente

Pero más allá de su eficacia práctica y sus connotaciones poéticas los faros permiten ver el contexto, permiten ir más allá de lo inmediato. Claro, lo inmediato es lo que más preocupa a políticos y medios de comunicación de cuyas cuitas se ocupan. Puedo entender el poder de lo inminente, en esos y en todos los ámbitos de la vida, lo que no acabo de comprender es su arrogancia y omnipresencia. Ocuparse y preocuparse solo de aquí y ahora puede incluso verse como un alivio frente a lo inmanejable de ciertas dificultades, sin embargo, me temo que conformarse con eso y reducir a esa pequeña área, la alumbrada por el foco, el interés por los problemas es algo bastante parecido a padecer miopía, ya saben, carecer de la agudeza visual suficiente para discernir con claridad lo que a lo lejos hay y ocurre.

Y no es solo eso, no me parece que ese sea el único mal que en conjunto nos aqueja, aún creo que hay otro relacionado también con la capacidad de ver que se observa últimamente, algo así como estrabismo político. Me pregunto si no tendrá que ver con el hecho de usar tanto los focos el que la alineación de la mirada se esté desplazando tanto hacia los extremos perdiendo la maravillosa sensación de percibir el horizonte. ¿Acaso es que les parece prudente e inteligente pretender entender y resolver mirando apenas sin ver? ¿O acaso es que no se plantean que existe algo llamado futuro?