En el recientemente celebrado Festival de Cine de Huesca tuve ocasión de saludar a José Sacristán. Recibía un doble premio, por su nueva película, Formentera Lady, y como homenaje a su carrera, ambos reconocimientos muy merecidos. No en vano estamos ante un manífico actor que, además, se conserva en plena forma física e intelectual.

De lo contrario, no habría podido representar como lo hace el papel de hippy veterano y clásico en una isla filmada por Pau Durá, el director de Formentera Lady, a la medida de sus necesidades, sin agua coriente ni luz, con un viejo y traqueteante automóvil bacheando por las carreteras de Formentera en busca de los amigos que todavía le quedan o de parientes que de pronto vendrán a alterar su retiro y tranquilidad.

Que no es total, pues de vez en cuando todavía desempolva la guitarra y toca en alguna sala, recordando los viejos y buenos tiempos en que grandes bandas de rock sinfónico como Pink Floyd o King Crimson acudían a las Baleares para inspirarse y componer piezas como esa maravillosa canción de Robert Fripp titulada, precisamente, Formentera Lady, con letra de aire metafísico y pioneros arreglos de sintetizadores.

Esta película, en la que Sacristán brilla en su esplendor, ofreciendo a los espectadores un compendio de sus recursos actorales, depurados y medidos por el sabio filtro de su edad y experiencia, depara, pese a su entreverada historia, que abunda en apuntes trágicos, una especial alegría.

La de vivir, simplemente, sin otras ataduras que la historia personal, que los recuerdos, los sueños no del todo aún olvidados en un paraíso natural donde el contacto permanente con el aire y el sol, con la naturaleza y el amor ejercen de tónico y bálsamo a la vez.

La espontaneidad y libertad para vivir sin papeles, sin otras normas que el respeto al entorno, felizmente solo, pero activo, buscando en la imaginación y en la reflexión los remedios contra el tedio y creando a su manera, interactuando a su modo y estilo con el espacio, con el reflejo del amanecer o de las velas con la que el viejo hippy ilumina su modesta casita derivarán en un film simbólico, metafórico. En un canto a la dignidad y a la capacidad creativa del hombre desde el suelo donde apoya sus pies descalzos e ideas desnudas. Poesía, buen cine y gran Sacristán.