La reunión que la élite de la economía mundial celebra cada enero en Davos ha estado presidida este año por el temor a que la deflación se apodere de la Unión Europea y suponga una dificultad añadida para la salida de la crisis. La hipótesis de un escenario de precios estancados o a la baja es una de las peores, porque sería una muestra contundente de la atonía del consumo, que es el indicador que debe actuar de barómetro de la reactivación de la economía y de la mejora de la peor expresión de la crisis, el paro, que en algunos países, como España, se mantiene en niveles socialmente insostenibles por tiempo indefinido. Quizá por eso el Foro de Davos, acusado frecuentemente --y no sin razón-- de analizar la economía desde la frialdad técnica y sin tener muy en cuenta su traducción en las necesidades y la situación de las personas, ha expresado también su inquietud por el paro juvenil, un azote en toda Europa, y por el riesgo de que el innegable crecimiento de la brecha entre ricos y pobres en el mundo desemboque en conflictos sociales de imprevisibles consecuencias.