Horas antes de que los andaluces acudieran a las urnas saltó la noticia de que Jordi Sànchez y Jordi Turull se declaraban en huelga de hambre. La información iba acompañada de una fotografía de siete líderes del proceso soberanista tomada en la cárcel de Lledoners, acusados todos ellos de rebelión. La consternación se apoderó de los socialistas andaluces. «En ese momento nos dimos cuenta del completo error de nuestra campaña electoral», sostiene un prócer del PSOEA, cercano a Susana Díaz, que eludió el procés catalán en todos sus mítines para centrarse en los problemas comunitarios -como Teresa Rodríguez, de Adelante Andalucía- frente al PP, Ciudadanos y Vox, que apostaron por introducir en la pelea electoral la relación de Pedro Sánchez con las fuerzas independentistas catalanas.

La izquierda se descalabró en su feudo más seguro: entre el PSOE y la marca del populismo izquierdista en la comunidad, se dejaron más de 650.000 votos y 17 escaños, al tiempo que la abstención creció un 5%. Los socialistas interpretaron la sonrisa de los políticos presos que posaban en la cárcel para anunciar su protesta («la foto presidiaria», la llaman en Sevilla) como un sarcasmo premonitorio.

El que fuera consejero áulico del exlendakari José Antonio Ardanza, José Luis Zubizarreta, cogió el punto del mejor análisis en El Correo: «El conflicto catalán se ha expresado de modo tan zafio y, en ocasiones, tan arrogante que no podían no producirse reacciones, con parecida virulencia, en quienes se hayan sentido aludidos. Se han tocado fibras emocionales que están siempre dispuestas a despertar con nada más que alguien las roce. Cs y Vox lo han hecho. Y Andalucía era quizá el lugar más propicio para que la reacción se diera pues no en vano ha sido siempre la diana fácil contra la que dirigir los desplantes territoriales. Pero, aunque la primera, no será la única. El conflicto catalán ha comenzado a librar una factura que habrá de abonarse en múltiples plazos».

Duelo para eludir la realidad

El duelo dialéctico para paliar los efectos de la relación entre el PSOE y los independentistas en los resultados de Andalucía es una forma de eludir la realidad. Una buena parte de los andaluces se limitaron a constatar que la política de Sánchez con ERC y PDECat carecía de reciprocidad y respondía tanto al deseo del presidente de durar en la Moncloa (objetivo político oficializado por la portavoz del Gobierno) como al de alcanzar una poco verosímil solución al conflicto en pleno proceso judicial y cuando los separatistas apretaban el acelerador del desafío.

Al error de cálculo de Sánchez y sus asesores se añadieron otras circunstancias de distinta naturaleza hasta propiciar un resultado en el que el PP -tan derrotado como el PSOE y los morados e IU- salvó los muebles aun perdiendo siete escaños y el 30% de los votos, en tanto que Cs lograba un subidón, pero sin alcanzar la segunda plaza en el ranking, y emergía con inusitada e imprevista fuerza Vox con casi 400.000 votos y 12 escaños, lo que hundió los restos de la reputación de José Félix Tezanos al frente del CIS. La izquierda española paga las facturas que libra el conflicto catalán mientras la derecha hace caja electoral

En este cuadro se ha querido suavizar la responsabilidad del Gobierno en la debacle atribuyendo la responsabilidad de la derrota a Díaz, intentado que fuese de inmediato el chivo expiatorio. Ella se negó, apoyada por su federación. Ferraz corrigió pronto el tiro ante el riesgo de fractura interna y, al final, ha reconocido que era precisa una rectificación de la política catalana de Sánchez ganando tiempo para recomponer posiciones.

Una rectificación hábil que se materializará en un desafío presupuestario. El presidente presentará las cuentas públicas en enero con la senda del déficit propia o con la de Mariano Rajoy y espera (¿confía?) en que los independentistas se las rechacen, quizá no en las enmiendas a la totalidad pero sí en el trámite final. Así, el Gobierno dispondría de un casus belli para romper con ellos, atribuirles la responsabilidad de un fin abrupto de la legislatura y convocar unas elecciones generales a las que Sánchez se presentaría sin ataduras. El brindis al sol que lanzó el viernes la portavoz del Ejecutivo -gobernar hasta julio del 2020- resultó una excentricidad fuera de lugar.

El presidente, que consideró equivocadamente que la moción de censura consistía más que en echar a Rajoy en investirle a él, ha asumido así el fracaso andaluz e intenta enmendarlo lo antes posible en un clima cada vez más viciado en el que la huelga de hambre de cuatro de los políticos presos realimenta la emotividad del procés, vuelve a retranquear la trascendencia social de las protestas en Cataluña contra la inacción gestora de la Generalitat y hace crecer la crispación en un clima de intemperancia general.

¿Hijo del ‘procés’?

Se ha escrito que Vox es «hijo del procés». Posiblemente sea así. Lo es mucho más que de otros factores como inmigración, desigualdad o antieuropeísmo. Es, en todo caso, un destrozo en el cuerpo político-social de España (Vox llegará también a Cataluña), subsiguiente a otros muchos provocados por un independentismo irredento, sin estrategia viable y entregado a la visceralidad. Como apuntaba el agudo asesor de Ardanza, el conflicto catalán sigue librando facturas que paga la izquierda mientras la derecha hace caja. Lo logros independentistas no pueden ser más pírricos. Como el que provocó esa foto «presidiaria» que impactó en cientos de miles de andaluces horas antes de unos comicios que abren un ciclo lleno de incógnitas y que han llevado al fracaso lo que pudo ser y no ha sido una ocasión para cambiar el rumbo del ultracatalanismo insomne.