Colea aún el Informe Pisa sobre los malos resultados de los escolares españoles en comprensión lectora, matemáticas y ciencias: están por debajo de la media de los países de la OCDE. Es decir, lo de siempre. Otra cosa es ya saber cuáles han sido los criterios aplicados para diagnosticar y juzgar en qué consiste un "mal resultado". No obstante, tales datos no constituyen ningún secreto para quien trabaje en un aula: hay alumnos excelentes; otros, vadean como pueden las aguas pantanosas de la vida escolar; otros, en fin, causan asombro y preocupación por sus carencias académicas y/o personales. Sin embargo, si alejamos la nariz del árbol de una materia concreta, el panorama que se divisa no se aleja demasiado de los datos ofrecidos en el Informe Pisa, pero invita a reflexionar sobre cuestiones más amplias y radicales.

En efecto, un alumno medio actual tiene dificultades en comprender realmente un texto. Pero eso no es lo más grave: lo peor es que generalmente no le gusta leer (es decir, algo parecido a lo que les ha ocurrido a sus padres, abuelos y bisabuelos) y toma la tarea de leer un libro como una pura obligación, cuando no como una condena. Sus ojos y sus gustos están condicionados por toda una selva de imágenes, videoconsolas, televisores y pantallas de ordenador, de tal forma que su cerebro depende cada vez más de la imagen. De repente, un profesor le ordena leer un libro y el alumno lo toma como una obligación académica más.

EXISTEN, CLARO está, excepciones, normalmente coincidentes con los casos en que la familia del alumno lo ha educado para interesarse e incluso disfrutar con la lectura. Desde que pisa por primera vez un aula, y como mínimo durante una decena de años, el alumnado tiene curso tras curso clase de Lengua. Lengua significa básicamente leer, escribir, hablar (cuanto mejor, mejor), pero un alumno medio de catorce a dieciséis años sólo puede hablar cuando se le pregunta, escribir lo que debe y leer sólo lo que le mandan. Recibe un bombardeo de sujetos y predicados, de morfemas y lexemas, y se le invita a valorar la literatura española a través de Garcilaso o Gonzalo de Berceo. La creatividad, la espontaneidad, la cotidianidad quedan medio proscritas, y lo estrictamente académico engulle a la vida. En resumidas cuentas, los malos resultados van paralelos a la indiferencia del alumnado por conocer y mejorar la lengua viva, real y concreta que utiliza y va a tener que utilizar durante toda su vida.

¿Y qué decir de las matemáticas? En pocas materias resulta tan evidente que su aprendizaje implica una concatenación de eslabones, cada vez más complejos, que presuponen la adquisición y la sedimentación de los anteriores. Para un buen número de alumnos esa cadena va quedando rota, por lo que desde sus primeros años escolares concluye que las matemáticas son difíciles. O sea, repiten lo mismo que decían sus padres, abuelos y bisabuelos. Tras ocho, diez, doce años muy pocos modifican esa actitud y esa valoración. Sobrevuelan sobre sus cabezas el suspenso, la incertidumbre, y las matemáticas van convirtiéndose lentamente en un filtro selectivo al que sobreviven únicamente los supuestamente más dotados intelectualmente, los acríticamente más sumisos.

LA MATEMATICA es un magnífico instrumento para razonar, tomar la iniciativa a la hora de plantear problemas y buscar soluciones, y nunca debería quedar suplantada por la aplicación material de fórmulas y el acierto en las soluciones correctas. ¿Qué hacer entonces? ¿Aumentar el número de horas lectivas? Sin variar el actual estado de cosas, aumentaría sobre todo el desaliento, el mal llamado "fracaso escolar".

Centrémonos ahora en los casos más favorables: los alumnos que el PP y algunas asociaciones afines han venido en llamar "excelentes", los que obtienen "buenos resultados". Sin embargo, muchos de ellos confiesan ir con la lengua fuera, abrumados por los exámenes y las calificaciones. Estamos convirtiendo el sistema educativo en una máquina de superar cursos, exámenes y niveles, bajo el imperio de la nota y del ajustamiento a lo que estrictamente dice la programación. Por lo general, el alumno excelente viene de casa ya con esa excelencia en la mochila. Al resto le queda bracear, sobrevivir, aprobar o repetir. Y el gusto por saber, el interés por el mundo y por la vida, el descubrimiento de ese camino virgen que cada uno debe descubrir y apreciar, zozobran. Aunque de eso no hable ya el Informe Pisa.

*Profesor de Filosofía