Manuel Fraga, decidido a buscar en el 2005 su quinto mandato como presidente de la Xunta, ha decidido cerrar filas en el PP de Galicia y, lejos de apartar a quienes le echaron un pulso, con José Luis Baltar a la cabeza y José Cuiña en la retaguardia, se ha plegado a sus intereses.

Para ello ha tenido que componer una ejecutiva que no es más que una amalgama de personas irreconciliables, cuyas visiones de Galicia son, además, contradictorias. Fraga pone parches sin iniciar aún su proceso de relevo y Mariano Rajoy mira para otro lado y se reserva su opinión.

Si el debate ideológico y político interno ha quedado sin resolver tras el congreso del PP gallego, mucho más todavía las denuncias de un consejero de la Xunta que apuntaban a políticos de su partido que se benefician del poder para hacer negocios. Ni la oposición que forman PSOE y BNG había llegado tan lejos en las denuncias de corrupción, que una vez más se quedan en nada.

Más que ante un final de legislatura, parece que Galicia se asoma al final de un régimen. Algo que pone el poder al alcance de la mano de los socialistas, aliados con los nacionalistas del BNG.