La editorial Navona ha tenido el buen gusto de editar El último magnate, de Francis Scott Fiztgerald, con una nueva traducción de Dolors Ortega que incluye el prólogo que Edmund Wilson escribió en 1941, tras la muerte de Fitzgerald y la fragmentaria publicación de esta novela, en la que, según Wilson, estaba lo mejor del autor.

Editor de los mejores autores de su generación y crítico literario de primer nivel, Wilson no podía equivocarse y no erró. En El último magnate está la esencia del esencial Fitzgerald, con un añadido, ventaja o plus: los personajes de esta novela, en especial su protagonista, Monroe Stahr, tienen más profundidad que muchos otros caracteres a los que Scott dotaba de indudable encanto, pero de escasa raíz. Eran flores, pétalos, no troncos. Como él quería, desde luego, no en vano, en el fondo y en la forma, luchó por atrapar el vuelo de aquellas mariposas que hicieron de los felices años veinte su mágico y exclusivo mundo. Riquísimos empresarios, amos y dueños del acero, reyes del cobre, de la Bolsa, que edificaban mansiones en Manhattan y Long Island. Riquísimas herederas ansiosas de hundirse en clubs clandestinos para abandonarse al whisky, al jazz, y a los brazos de algún amante impresentable en sus casas. Jóvenes apuestos e inteligentes destrozados por la utopía artística, la búsqueda del amor ideal, el alcohol, el vértigo de la vida... Hasta que ese formidable personaje de Monroe Stahr, el último magnate, el dueño de Hollywood, vino a encumbrar una obra tan llena de encanto y seducción que hasta las tragedias resultan gratas a los ojos del entregado lector, con la excepción, quizá, de Suave es la noche, otra novela de Fitzgerald donde el realismo y el dolor asoman sus tristes caras.

Desde el interior de Hollywood, contratado por la empresa de los sueños para escribir guiones cinematográficos, Fitzgerald armará la estructura de una novela llamada a explicar el arte de hacer películas y el mecanismo de su producción. A diferencia de tantos otros de sus roles, prendidos como luciérnagas de las luces del éxito, Stahr lo fabrica. De su luz, que la tiene, aunque a menudo resulte sombría, irradiará la inspiración de directores y guionistas. Stahr, el manipulador, el visionario de los sueños populares, creará la industria del cine de acuerdo a un gusto tan discutible como universal, venciendo al teatro y abriendo la puerta del futuro. Un gran personaje, una gran novela.