Hace unos años, cuando era profesor de un Instituto de Calatayud, una alumna hizo una reflexión que me pareció muy acertada. Una compañera había suspendido y argumentó que le había caído un tema que no se había estudiado. Esta chica le dijo: «pues a ver cómo le explicas a un paciente que la enfermedad que tiene no te la has estudiado», ya que esa chica quería estudiar medicina. Me pareció un argumento demoledor, sobre todo cuando te vas a dedicar a oficios en los que de tus conocimientos depende el futuro de otros.

Porque no es lo mismo dejarse de estudiar un tema en Filosofía o Historia que en otras materias. Si un alumno de Filosofía no se ha estudiado a Hegel, se está perjudicando a sí mismo, pero no repercutirá gravemente en nadie de su entorno. Pero pongamos por caso que un juez no se ha estudiado un tema y que este le toca en la resolución de un caso. Eso ya me parece mucho más serio, porque de su resolución pueden derivarse consecuencias muy serias.

Digo esto porque últimamente tengo la sensación de que esto pudiera ser el origen de algunas peculiares resoluciones del actual momento. Leo sentencias judiciales y pienso: «¡Ya está! ¡Le ha tocado el tema que no se estudió! Ya es mala suerte». A ver, pirolas hemos hecho todos en alguna ocasión, no se trata de criminalizar a nadie. Pero claro, si has faltado a clase el día que explicaban aspectos de legislación educativa y luego te toca fallar sobre cuestiones relacionadas con educación, pues tenemos un problema. Porque, no teniendo la información pertinente, ya solo se puede proceder de oídas y eso puede resultar muy inadecuado.

Les pondré un ejemplo. Hace unos días escribí un artículo sobre los conciertos educativos. Un amable lector, después de insultarme convenientemente y de dudar de mi capacidad como profesor universitario, me preguntaba si había leído ciertos convenios internacionales en los que, decía él, se establecía que los estados tienen la obligación de sufragar la educación concertada. Como uno intenta ser riguroso, pensé, ¡trágame tierra! ¡Ya he metido la pata! Y me fui a leer los artículos que esta persona me indicaba. Total que los leí y tuve que decirle que en esos artículos no decía nada parecido a lo que él argumentaba. Tras varios nuevos insultos, me indicó otro artículo del mismo convenio. Pero nada, que no decía lo que él pretendía. Le aconsejé, con cariño, como comprenderán, que aprendiera a leer o que, si ya sabía, dejara de manipular. Más insultos pero ningún argumento.

Imaginen ustedes que un juez que se ha perdido las clases mencionadas tiene que dictar una resolución sobre esta cuestión y que se apoya en esa ola demagógica que acude a la Constitución y a no sé qué otro tratados para decirnos que el Estado tiene la obligación de sostener el negocio de la empresa educativa privada. O en portadas de periódicos ideológica y empresarialmente comprometidos con la privada. Presión social, se llama. Aunque la presión la ejerza solo una pequeña, pero muy ruidosa, parte de la sociedad, beneficiada, de uno u otro modo, por el negocio de la enseñanza. Y claro, falla en consecuencia.

Como me parece un asunto tremendamente serio, creo que habría que pensar cómo solucionar una situación de este tenor, en el hipotético caso de que esto pudiera ocurrir en alguna ocasión. En esta época de nuevas tecnologías, seguro que podemos arbitrar medidas para que quien haya faltado a una clase de tan importantes contenidos, pueda, incluso de manera anónima, subsanar sus carencias. Seguro que a mis colegas de Derecho se les ocurre algún curso on line o alguna cosa por el estilo.

No sé por qué, me acabo de acordar de un chiste que contaba mi madre. Franco (un dictador que hubo en España, por si alguien, además de algunos de la Audiencia Nacional, se perdió esa clase) visita Andorra. Le presentan al gobierno andorrano, entre ellos el Ministro de Marina. Franco se ríe y los andorranos le preguntan que a qué vienen esas risas. El contesta: «hombre, Ministro de Marina…¡ si no tenéis mar!» A lo que le contestan: «Oiga, que nosotros no nos hemos reído cuando nos ha presentado al ministro de Justicia». ¡Quién nos iba a decir que los chistes de Carrero y de Franco iban a ser tan actuales!.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza