La pasada semana, justamente el día en que eran trasladados los restos del general Franco fuera del mausoleo que se hizo construir por miles de presos políticos, me dirigía a la sede de la UNED (Universidad Nacional a Distancia), donde iba a participar en un interesante encuentro entre portugueses y españoles. Tomé un taxi, y al decirle esa dirección, el taxista me preguntó a bocajarro:

-¿Es usted profesor?

-Sí -le respondí-, aunque ya llevo bastantes años jubilado.

-Bueno, pero podrá usted decirme su opinión sobre todo esto que está pasando.

Como están pasando muchas cosas, pero estábamos en Madrid, supuse que no me iba a preguntar por Cataluña, no estaba yo para tanto a esas horas de la fresca mañana. Así que le respondí:

-Supongo se refiere al traslado de Franco. No he oído radio ni visto televisión, pero no creo que me pregunte por eso, que usted va oyendo.

-No, claro, me gustaría que me explicase su punto de vista.

-No es fácil, -le dije-. Porque está por una parte el hecho mismo del traslado, que yo creo debió de haberse hecho hace 44 años, en cuanto tuvimos, por limitadas que fuesen, libertades y democracia.

-¿Eso servía para tener paz en España?

-Sí, porque hubiera puesto las cosas en su sitio, y no hubiéramos tenido que figurar en todo el mundo como un país incapaz de superar su pasado dictatorial. ¿Se imagina usted que siguiera habiendo monumentos a Hitler en Alemania?

-No lo sé. Pero ahora ya, tanto tiempo después, remover esas cenizas…

-Sí, ya sé lo que quiere decir, que su familia, sus partidarios, -que por cierto lo han obstaculizado todo lo posible con mil recursos y trabas- lo consideran una profanación. Otros pensamos que llevaba medio siglo hiriendo la dignidad de los demócratas.

-Ya veo por dónde anda.

-Y yo por dónde anda usted, con la de opiniones que habrá oído por la radio.

-¿Y lo de hacerlo así, contra la autoridad del abad, en un helicóptero…?

-Lo del abad me parece de película de miedo. Una Fundación que recibe enorme cantidad de dinero del Estado, con todos los gobiernos, y que no obedece a obispos ni apenas al Vaticano. Eso nos pasa por mantener la izquierda los acuerdos abusivos del Concordato, miles de millones, y la educación.

-Es que…

-Perdone, que no he terminado. En lo que creo que le voy a dar la razón es en la forma. Hubiera sido mejor, además de mucho antes, hacerlo con la mayor discreción, sin imágenes en la televisión, ni decir siquiera cuándo se iba a proceder.

-Pero es que no han pactado nada con sus partidarios.

-Con la familia, que ha heredado y enriquecido una fortuna conseguida con tretas políticas, no era posible el diálogo. Aquí lo que faltó, hace casi medio siglo como le digo, era haber hecho la paz, que se firma tras todas las guerras. Pero ni Franco quiso aquella paz que pedía Azaña (Paz, piedad y perdón) sino machacar a sus enemigos, ni Felipe González se atrevió a dar ese paso.

-Bueno, se dieron la mano Fraga y Carrillo.

-Sí, todo un símbolo, pero personal, anecdótico. La paz deben firmarla los dos bandos, solemnemente, documentalmente.

-Eso era imposible, eran enemigos.

-La paz sólo se firma entre los enemigos; los amigos no la necesitan. Creo que en 1989, al cumplirse cincuenta años del final de la guerra, hubiera sido un buen momento para dar ese paso simbólico, editar libros muy consensuados entre grandes historiadores y muy bien ilustrados y explicados sobre la República, la Guerra, el franquismo; muy baratos, muy difundidos. Una gran exposición en todas las grandes ciudades e itinerante por pueblos y provincias. Sin cargar tintas nadie en el sentido de sus opiniones, bajando el tono. No se hizo, Felipe González lo reconoció mucho después. No se hizo.

-Le agradezco mucho esta lección, profesor, voy a darle vueltas. ¿Me podría recomendar algún libro sobre todo eso?

-Hay muchos, la mayoría solventes. Pero acaba de salir uno definitivo, del profesor Angel Viñas: «¿Quién quiso la guerra civil?».

-Procuraré leerlo.

-Yo también le agradezco el tono correcto que hemos tenido ambos, aunque opinemos de modo diferente.

Estábamos llegando. Pensé que quizá debí recomendar a mi colega y viejo amigo, que había muerto la víspera, Santos Juliá, pero quizá sus libros, de impecable maestría y documentación, le hubieran resultado más duros. Entré en la sala donde íbamos a reunirnos, y donde el rector de la UNED, que iba a presidir el acto, Ricardo Mairal, que es de Monzón, me dio un abrazo muy afectuoso. La mañana había comenzado bien, y los nubarrornes que hubieran podido amenazar el viaje del helicóptero se habían disipado del todo.

*Catedrático jubilado de la Universidad de Zaragoza