La manía aragonesa es una mañía que consiste en llamarse mutuamente maño o maña, que significaría hermano o hermana. Al modo como los mexicanos se llaman mano o manito, y los afroamericanos hermano (brother). Pero aquí en Aragón esta manía o mañía es como una vieja compañía que nos acompaña especialmente en Zaragoza, así pues, en la capital aragonesa, otrora Cesaraugusta. Por eso algunos piensan que maño podría significar magno o grande, por cuanto se usa específicamente en la gran urbe aragonesa, a la que alguna vez hemos denominado por su grandeza o magnitud como Zaragón.

Así que maño significaría grande o hermano, aunque no gran hermano en su sentido negativo o autoritario. Todo lo contrario, maño vería en el otro a alguien majo y afín, hermanado.

En El Criticón de nuestro Baltasar Gracián se nos ofrece un tipo de hermandad complementaria entre Andrenio el pasional y Critilo el racional, urdiendo entre los dos una especie de fraternidad de contrastes. Curiosamente ambos buscan la felicidad (Felisinda) en el eterno femenino: la madre el uno y la esposa el otro. La odisea vital de ambos personajes deja un poso de desengaño existencial, el cual reaparece en el último héroe aragonés: el Pedro Saputo de Braulio Foz. Se trata de un héroe antiheroico que simboliza la hermandad y fratriarcalidad de los humanos, abocados a entenderse.

El héroe aragonés trataría de mediar gracianescamente entre la razón y la pasión, o burlescamente entre las contradicciones de la vida protagonizada por el sabio Saputo. Es una mediación fratriarcal, ya que trata de hermanar y remediar las contradicciones de la vida humana, aunque recurriendo finalmente a una revisión socarrona o socarrada de nuestra coexistencia. Una visión crítica que reaparece en nuestro Goya sensiblemente, así como en nuestro Buñuel surrealmente. Es una actitud corrosiva de lo inhumano, en nombre y en pro de un hermanamiento interhumano.

Pensamos que esta visión aragonesa de un mundo precisado de la articulación del sentido y amenazado por el sinsentido resulta sintomática de la propia posición física de Aragón, situado geopsíquicamente en el punto de convergencia de varios contrarios en absoluto contradictorios. Por un lado, está no muy lejos de dos aguas, las del Mediterráneo y las del Atlántico, claras y apacibles las primeras, oscuras y abruptas las segundas, que dan lugar a filiaciones distintas: báquicas y lúdicas unas, llenas de profunda saudade las otras. Por otro lado, Aragón también está entre dos tierras: al norte las misteriosas y agrestes montañas de los Pirineos, que han escondido a eremitas y bandoleros; al sur la gran meseta, de la que ha brotado el lunático y terco idealismo que encarna Don Quijote. Quizás por estar en medio de tantas y tan importantes influencias, Aragón funge de Fratría y predica explícita o implícitamente hermandad y hermanamiento político y cultural. Entre el estado que encarna la patria y la nación que encarna el origen o nacimiento, Aragón simboliza la fratría, arquetipo que podría posibilitar el diálogo entre el poder del Estado y las potencias nacionales, el encuentro entre el Centro en tanto que Uno y sus múltiples e incluso indefinidas periferias, la coincidencia de lo que une y lo que separa. Pues bien, esta emergente fratría está basada en la fratriarcalidad que traen consigo la vieja manía o mañía aragonesa y el hábito de llamarse recíprocamente maños, es decir, grandes y hermanos.

*Sociólogo. **Profesor de la Universidad de Zaragoza y sociólogo