La reforma de Francisco parece haber naufragado o, al menos, encallado en el sínodo celebrado en Roma, que que ha reunido a cerca de 200 obispos de todo el mundo para reflexionar sobre la concepción, la actitud y la práctica pastoral de la Iglesia católica en torno a los diferentes modelos de familia, las diferentes orientaciones sexuales y otras cuestiones vinculadas a ella. Éramos muchas las personas de fuera y de dentro de la Iglesia católica que esperábamos un cambio de mentalidad, de orientación y de rumbo en un tema que se caracteriza por planteamientos anclados en el pasado sin apertura alguna a los cambios producidos en las últimas décadas en la sociedad. Pero, al mismo tiempo, éramos conscientes de los obstáculos que se interponían.

El primero estaba en los protagonistas del sínodo: los obispos, personas no especialistas en el tema y célibes que han renunciado a formar una familia para dedicarse en exclusiva al servicio de la Iglesia. Es verdad que fueron invitados expertos y matrimonios, pero sin apenas influencia en los debates y sin voto para aprobar proposiciones finales.

El segundo era la herencia de los papas anteriores, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, que se mantuvieron instalados rígidamente en el paradigma tradicional de la familia y de la doctrina sobre la sexualidad y condenaron los modelos de familia que no se atuvieran a la imagen conservadora del matrimonio cristiano. No resultaba fácil romper con esa tendencia en la que han sido educados muchos de los padres sinodales. Un tercer obstáculo fue la creación, desde el comienzo de la preparación del sínodo, de un frente de oposición a cualquier cambio, liderado por el cardenal Gerhard Ludwig Müller, presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nombrado por Benedicto XVI para mantener la ortodoxia y evitar cualquier desviación en materia doctrinal y moral.

Pero no todo eran inercias, obstáculos y problemas. Había también síntomas de apertura al cambio. Fue el propio Francisco quien, al poco de ser elegido, propició un nuevo clima y abrió el debate sobre la actitud de la Iglesia hacia los homosexuales y el acceso de los católicos divorciados y vueltos a casar a los sacramentos. En el viaje de regreso de la visita a Brasil en el 2013, preguntado en el avión por su actitud hacia los homosexuales, dijo: "Si alguien es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarle? No debemos marginar a la gente por esto, deben ser integrados en la sociedad".

En otra ocasión insinuó la posibilidad de revisar la actual prohibición del acceso de los divorciados que han vuelto a casarse y adoptar una actitud menos excluyente que la actual. Pero enseguida se encontró con la réplica del cardenal Müller, que apelaba a argumentos de carácter dogmático y jurídico para oponerse incluso a la posibilidad de debatir el tema: "Si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conforme a derecho; por tanto, es imposible que reciban los sacramentos".

En el sínodo se han producido cambios en el lenguaje, más comprensivo y acogedor en relación con los matrimonios civiles y con las parejas de hecho, donde, se dice, pueden descubrirse elementos positivos. Pero en las cuestiones de fondo no se ha producido transformación alguna. Dos ejemplos. La proposición 52 describe las dos tendencias presentes en el sínodo en torno a la posibilidad --solo la posibilidad-- de que los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía: una, la que se muestra partidaria de mantener las actuales normas prohibitivas en vigor; otra, la partidaria de permitir el acceso a los sacramentos, pero con muchas restricciones: no de manera general, sino en algunas situaciones especiales y con condiciones muy precisas. Además, el acceso a los sacramentos debe ir precedido de un "caminar penitencial" bajo la responsabilidad del obispo diocesano. Aun con estas restricciones, la proposición contó con el rechazo de 74 padres sinodales y no logró los dos tercios requeridos.

Otro ejemplo es la proposición 55 sobre los homosexuales. Defiende la necesidad de una acogida respetuosa y de un trato no discriminatorio hacia ellos, pero es contundente en el rechazo de los matrimonios homosexuales, hasta el punto de excluirlos del plan de Dios sobre la familia y el matrimonio. Con todo, la proposición fue rechazada en la votación por 62 padres sinodales.

Se afirma que ahora no se ha dicho la última palabra y que hay que esperar al sínodo del 2015. ¿Cambiará entonces el panorama o se dejará ad kalendas graecas?

Teólogo y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid.