Cabe preguntarse si los partidos pertenecen a sus militantes, sus votantes o... a sus líderes. Y dentro de este último grupo, a un único ser supremo que todo lo decide. Ha habido y hay muchos casos y ejemplos, pero obviamente en el de Ciudadanos solo hay que observar un poco por encima la trayectoria del partido naranja y la forma de conducirse de Albert Rivera para llegar a la respuesta correcta. A estas alturas ya no hace falta ni resaltar el cúmulo de contradicciones cuando no falsedades que jalonan los pasos de aquel que se presentó en pelotas a regenerar la política española y ha terminado compartiendo ropajes con la ultraderecha.

Se supone que los partidos se reflejan en sus programas y que es su capacidad para optimizar el respaldo real obtenido en las urnas lo que determina su influencia. Pero si intentas apoderarte de una alcaldía como la de Huesca con solo tres concejales es que algo raro está pasando y alguien ha pervertido el sistema por el camino hasta convertirlo en algo muy distinto a lo que nos habían vendido. Otra cosa es que luego no haya salido bien. Lo mismo se puede decir de lo ocurrido en Zaragoza, donde a Sara Fernández se enteró de que Jorge Azcón sería el alcalde de la ciudad justo cuando ella estaba negociando con la socialista Pilar Alegría. Digan lo que digan, Madrid manda; los demás obedecen. La falta de respeto (incluso a los tuyos) es el primer paso del autoritarismo.

Eso sí, pese a la tibieza inicial (y también posterior) de muchos a la hora de abrir el melón naranja, poco a poco se extiende el compromiso (y la conciencia) de tratar de quitarle las caretas. «La estrategia del partido liberal Ciudadanos de ocultar sus acuerdos, directos o indirectos, con la extrema derecha ya no engaña a nadie en España», ha escrito esta semana el prestigioso diario francés Le Monde en un duro artículo en el que resaltaba que a Rivera «se le acaban las excusas».

También de Francia ha tenido que venir Manuel Valls para poner en tela de juicio esas estratagemas de marear la perdiz y a todo quien se ponga por delante en espera de que el personal pierda la perspectiva y la referencia de los puntos fijos. E incluso las críticas del actual jefe del Elíseo, Emmanuel Macron, han servido para airear que en España hay un líder que se dice liberal, pero que no sabe poner una zanja de separación sin ambages entre sus ideas y las del extremismo. Cuanto antes se sepa en Europa, mejor.