La escuela obligatoria, universal y gratuita es la institución promovida por los ilustrados: los nuevos clérigos que desplazaron a los viejos de la antigua Iglesia y sustituyeron a esta por la Escuela. Un relevo que no cambia nada salvo los contenidos -los productos en oferta que prometen la salvación- y a quienes los venden en el mercado. Unos y otros, curas o no, son clérigos del «mester de clerecía» con estudios o papeles, titulados en ciencia ficción. Mientras que los alumnos o consumidores: los clientes, siempre son los paganos; es decir, crédulos conversos o fieles del pueblo llano. Como denunció I. Illich hace décadas, la escuela pública no educa: escolariza.

Escolarizar a los niños y niñas es lo que hace la escuela para obtener hombres y mujeres de provecho para el día de mañana. No personas libres y responsables, sino «buenos ciudadanos» para el Estado establecido. Solo una democracia de verdad -no establecida de una vez por todas sino en transición permanente- puede permitirse el lujo de una escuela crítica que eduque en democracia y para más democracia. Cualquier otra escolariza. Lo que viene a ser lo mismo que catequizar.

Hace unos días celebré una buena noticia: el regreso de la Filosofía a la escuela. Y hace menos lamenté otra mala: la reducción del horario escolar para la Religión en beneficio de otras asignaturas como la Música. Ahora mismo creo que no es tan buena la primera, ni tan mala la segunda. Buena sería aquella si se enseñara a filosofar, no tanto la filosofía hecha. Si pusiera en pie la libertad de pensamiento. Sin reprimir o adormecer una libertad que nadie puede impedir y pocos aprecian como merece. Y en camino, en ejercicio, un diálogo con todos y entre todas las personas. Que saliera a la calle y a la inversa, que entrara en la escuela con las preguntas de la calle. Que amara la sabiduría como Sócrates, que hizo del diálogo su forma de vida y una causa de muerte para los enemigos que le acusaron de corromper a la juventud. Pero me temo que pasará con la Filosofía en la escuela lo mismo que pasa con todas las asignaturas.

En cuanto a la segunda noticia, el hecho de sacarla de la escuela o reducir su presencia en beneficio de la Música no impedirá que la religión sea de hecho y como hecho en el mundo una verdad como la copa de un pino para los ateos o como un templo -mejor dicho- para todos. Solo los laicistas -que se pasan- que son fanáticos, aunque no se enteren por eso precisamente celebrarán lo que es sin duda una derrota para todos los demócratas libres y responsables. Todo lo que hay en el mundo, la realidad misma y no otra cosa, tiene que estar en las escuela. No para que se trague, sino para que se piense. Lo contrario es catequizar por más que se llame educar, enseñar acaso, instruir o formar: poner de rodillas o firmes, ¡qué más da¡ Es domesticar con el palo y la zanahoria a unos animales presuntamente racionales. Dar con la caña en la cabeza o con la regla en la mano al que no responde como se espera a las preguntas que van para exámenes. Y más al que osa hacer preguntas que no deben hacerse en la escuela donde los maestros no disponen de respuestas oficiales para cada una de ellas. En vez de escucharle, al que hace una pregunta impertinente que no está en el programa se le cierra la boca con un par de hostias.

No obstante nadie puede salirse del mundo de la vida y de la sociedad que es plural, por más que el Estado sea aconfesional. Que el Estado no entre ni salga de la escuela como los maestros y los alumnos, vale. Pero Estos son lo que son: muchos cristianos todavía, bastantes ateos, agnósticos, laicistas y de otras religiones o creencias. Y son ellos los que tienen que aprender a escuchar a todos y a dialogar con todos para entenderse y convivir en paz en el mismo mundo. A un Gobierno que se desentienda de este problema, le basta y le sobra con un Ministerio de Instrucción. Pero la sociedad es plural y la guinda que le sobra al Estado y se echa en falta en la escuela -la excelencia de esa tarta- es más educación. Más allá del respeto y la atención -y a eso nos referimos hablando del diálogo y de la educación-el colmo de la escuela y su redundancia benéfica sería una sociedad plural y libre donde los ciudadanos vivan en paz salvando las diferencias. Una sociedad abierta, en camino hacia la fraternidad universal. O el amor al prójimo, que acontece cuando todas las palabras sobran.

*Filósofo