La presente legislatura echó a andar con una idea incrustada, una especie de tarjeta amarilla al resto de formaciones: si ejercían una oposición dura, en cualquier momento Rajoy podía apretar el llamado botón nuclear y convocar por anticipado nuevas elecciones con idea de reforzar su poder. En el pasado más de uno ha caído en la misma tentación. Chirac lo intentó en Francia en 1997 y todo le salió al revés. Y para colmo, en el 2011 se convirtió en el primer expresidente de su país en ser condenado por corrupción. Más cercano en el tiempo y en la distancia es el caso de Artur Mas, que en el 2015 buscó consagrarse como el megacrack de la primera república catalana y terminó cediendo el brazalete de capitán a Carles Puigdemont.

Ahora la protagonista ha sido la británica Theresa May, que también ha escupido contra el aire. La sinrazón terrorista ha puesto sobre la mesa el recorte de 20.000 policías que propició siendo ministra de Interior, lo que ha desgastado notablemente su figura. Eso sí, antes ya había dilapidado casi por completo la ventaja de treinta puntos que llegó a tener sobre el laborista Jeremy Corbyn, un líder al que se ha intentado ridiculizar por trasnochado, por su desaliñada imagen y su cuestionado carisma, que sin embargo ha presentado un programa de socialdemocracia clásica (ahora se diría radical), dando carpetazo al fracasado experimento socioliberal (la famosa tercera vía) que presentó Tony Blair y teorizó Anthony Giddens.

May, como Rajoy, no se ha cansado de apelar casi como único argumento a la necesidad de un gobierno estable y fuerte, pero su ansiedad por sacar del campo a su rival ha hecho aflorar su debilidad y poca credibilidad. Ahora, en España, tampoco está claro que el PP lograra una goleada electoral casi sin bajar del autobús. Los últimos sondeos revelan el hastío de la población con la lacra de la corrupción, un asunto que podría rentabilizar Ciudadanos si abandonara de una vez sus tics tibios cuando no sumisos por el flanco derecho.

Eso sí, el balón podría trasladarse a la izquierda si PSOE y Podemos fueran capaces de superar sus catenaccios, ya que la situación de empate les convierte a ambos en perdedores. No hay que olvidar que juntos suman once millones de votos y que todavía está por conocerse a fondo la estrategia de Pedro Sánchez y su nuevo equipo titular. La cuestión es que ha empezado otro partido y en el PP ya no se menta a las urnas. Y es que a nadie le gusta quedarse en fuera de juego. H *Periodista