Fuga: huida, escape, y en música, estilo de composición particular, en el que tres o más voces intervienen sucesivamente, imitándose como si estuvieran persiguiéndose. Igualito que en las fugas democráticas. En estas, la persecución suele brillar por su ausencia. No importa demasiado lo que haga el sujeto (por perverso que sea), para que este sea perseguido. Todo depende, de quién sea el susodicho, para salir airoso del brete jurídico al que se enfrente. Si es una Cifuentes de turno o del mismo gremio político de los que han padecido algún error de transcripción, fallo informático o mala traducción de su cv (casualidad que sean siempre las mismas escusas las que esta fauna emplea para salvar su pellejo), no debe preocuparse, el sistema le mantendrá a cubierto. Mucho más si se trata de un Urdangarin o un Torres, con asuntos de malversación de caudales públicos. Entonces, ya solo por haber sido condenado por la sociedad y los medios, tu abogado defensor pedirá tu absolución. Igualito que le pasa al senegalés mantero de Lavapiés o de la Madalena que practica la venta ambulante de productos falsos. Ya se puede dar por trincado. El Código Penal prevé penas de seis meses hasta dos años de cárcel para ellos mientras otros que se hacen con miles y millones de euros a costa de vaciar las arcas públicas siguen por ahí indemnes. Inexplicable, como lo es también que un ex president, fugitivo de la justicia, se convierta de nuevo en parlamentario y viva con un paupérrimo salario de casi 3.000 euros, como si nada hubiera pasado. Ironías de la democracia.H

*Periodista y profesora de universidad