El debate sobre la función social de la universidad se inició al inicio del siglo XIX, cuando la Universidad de Oxford reformó su sistema de exámenes y unos años más tarde cuando fue creada la Universidad de Berlín (1810). Desde entonces hasta hoy, la discusión entre los partidarios de que en las universidades predominen los saberes pluridisciplinares y los que opinan que su misión debe ser la formación especializada de los profesionales que en cada momento histórico necesita la sociedad, sigue vigente.

Un ejemplo de que ese debate continúa lo proporciona el hecho de que a finales del mes de abril 42 asociaciones de estudiantes de Ciencias Económicas de 19 países, apoyados por economistas tan prestigiosos como Galbraith, Davidson, Keen, o Piketty, publicaron un manifiesto solicitando la revisión de los planes de estudio universitarios, con el fin de que se adapten a las nuevas necesidades del mercado internacional del trabajo, para lograr que los titulados puedan encontrar empleos acordes con sus niveles de titulación. En términos parecidos se han manifestado los estudiantes de la Postcrash Economic Society de la Universidad de Manchester.

PERO NO SON SOLO los estudiantes quienes se sienten insatisfechos con la formación que reciben en las universidades. En un estudio liderado por Adecco, en el que han participado 19 corporaciones empresariales, se afirma que las universidades trabajan de espaldas a la realidad que demanda el tejido productivo, ya que sus planes de estudio hoy resultan obsoletos. En la misma línea se encuentran los expertos en recursos humanos, quienes afirman que las empresas demandan hoy perfiles profesionales no contenidos en los planes de estudio, lo cual explica que haya un elevado número de titulados universitarios en el desempleo, mientras que al mismo tiempo existen muchos puestos de trabajo cualificados difíciles de cubrir.

En esos informes subyace una concepción del papel social de las universidades muy reduccionista, ya que las equiparan a centros de formación profesional superior, olvidándose de las otras dos misiones fundamentales de cualquier universidad: la formación de personas cultas y el diseño y desarrollo de programas de investigación relevantes. Como decía Ortega y Gasset, en un opúsculo titulado Misión de la Universidad, "el señor que dice ser médico, magistrado, general, filólogo u obispo, si ignora lo que es el cosmos físico es un perfecto bárbaro, por mucho que sepa de sus leyes, de sus mejunjes, o de sus santos padres. Y lo mismo diría de quien no poseyese una imagen medianamente ordenada de los grandes cambios históricos que han traído a la humanidad hasta la encrucijada del hoy. Y lo mismo de quien no tenga una idea precisa sobre cómo la mente filosófica afronta al presente su ensayo perpetuo de formarse un plano del universo, o de la interpretación que la biología general da a los hechos fundamentales de la vida orgánica".

En lo que se refiere a la investigación, es obvio que para que las universidades puedan desarrollar rigurosos programas, se necesita abundante financiación. Por ello, cuando escasea el dinero la calidad de la investigación se deteriora, pudiendo incluso llegar a desaparecer los grupos de investigadores menos competitivos. En esos momentos de profunda crisis económica como la actual la solución más fácil, pero a la vez más peligrosa, es olvidarse de la investigación y centrarse exclusivamente en la formación de los estudiantes, lo cual explica el hecho de que haya resurgido con fuerza el viejo debate sobre si las universidades deben centrarse en la formación de los profesionales que el mercado de trabajo demanda, o bien en la formación de personas cultas, cuando en realidad ambas misiones de la universidad no son antitéticas.

En principio parecía que el diseño de los nuevos grados y la elaboración de los planes de estudio, consecuencia de lo que comúnmente se ha denominado Plan Bolonia, iba a lograr superar esa falsa dicotomía. Sin embargo, no parece que se haya logrado, tal y como lo demuestran los informes que he citado. Probablemente, este fracaso se deba a que el diseño de este nuevo modelo de universidad estaba pensado para una sociedad nadando en la abundancia y, por ello, cuando ha llegado la crisis económica que nos asola, el modelo ha hecho aguas por todos lados.

En una época como la actual, preñada de incertidumbres con respecto al futuro, es cuando más se necesitan graduados universitarios con formación pluridisciplinar, ya que es probable que tengan que cambiar de trabajo muchas veces. Son los másteres los que deben garantizar esa formación especializada que demandan las empresas. El problema radica en su pésima planificación y en su elevado costo.

Catedrático emérito. Universidad de Zaragoza