En circunstancia muy particulares, y como si el tiempo hubiera tomado un atajo para llegar al mañana, los acontecimientos se aceleran súbitamente. Hace ahora cerca de un siglo, John Reed, excepcional testigo de la Revolución rusa, publicó sus vivencias de aquellos días de octubre de 1917 bajo un título que hizo fortuna, justamente porque sintetizaba ese vértigo que aparece en momentos excepcionales. Y todavía hoy la lectura de sus Diez días que conmovieron al mundo continúa siendo imprescindible. Lo anterior viene a cuento de los momentos, ciertamente históricos, vividos en Cataluña, aunque los sucesos de los dos últimos meses más que conmoverla la han estremecido.

Pero, tras unas semanas de alocada política, la decisión del Tribunal Supremo del pasado jueves parece haber incorporado cierta calma. En todo caso, aunque sea fugaz, esta aparente tranquilidad permite la evaluación de daños, imprescindible para saber hacia dónde nos dirigimos. Porque, al igual que en otras situaciones de cambio radical, sus consecuencias se van a dejar sentir mucho más allá del instante en que se originaron. Y ello por motivos tanto económicos como políticos o judiciales.

En el corto plazo, incluso en la imposible hipótesis de que la situación política y social regresara a los parámetros previos al verano, los impactos económicos de lo sucedido desde septiembre y, en particular, desde octubre van a continuar dejándose sentir. Porque el funcionamiento de la maquinaria económica depende, críticamente, de las expectativas sobre el futuro (los famosos animal spirits de Keynes), imprescindibles para iluminar las decisiones de endeudamiento, ocupación, inversión y consumo. Por ello, no echen en saco roto el deterioro de la confianza de hogares y empresas: sus efectos ya se han expresado en salidas de más de 2.000 empresas, frenazo inmobiliario, caída de ventas en el comercio o reducción del gasto en hostelería. Pero una vez negativamente afectada, la recuperación de la confianza sobre el futuro económico, sea interna o internacional, va a tardar en regresar: su hundimiento en la primera mitad del 2012 no se detuvo a pesar de la intervención europea, y no regresó a valores que impulsaban la actividad hasta el verano del 2014.

Más preocupante que lo que cabe esperar de forma inmediata es, sin embargo, el horizonte de inestabilidad política que se dibuja. Es cierto que nadie conoce el futuro, y más difícil es preverlo en unas circunstancias tan complejas como las de hoy. Pero ante las próximas elecciones del 21-D parece razonable intentar apartar la niebla y otear el horizonte más probable. En este orden de ideas, y sin partidismos que nos cieguen, creo que estarán de acuerdo en que el resultado electoral apunta a un práctico empate, al margen del bloque que consiga más votos: gane quien gane en escaños, no parece razonable esperar que los resultados sean sustancialmente distintos de los del 27-S. E incluso si el independentismo no consiguiera mayoría absoluta, la gobernación de Cataluña la próxima legislatura se anticipa más que compleja porque, aunque desde ese ámbito se deseara reconducir la situación, la calle puede tener otra opinión. En todo caso, y de confirmarse este escenario de práctico equilibrio, ello va a tener consecuencias no vistas, como indica la amenaza de la potencial marcha del Mobile World Congress.

Finalmente, añadan las repercusiones de los procesos judiciales en marcha. En este importante aspecto -y aunque cabe desear, y esperar, una próxima salida de prisión de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, Oriol Junqueras y el resto de miembros del Govern-, los problemas no se van a resolver. Llegarán juicios para los hoy encarcelados, y para el resto de imputados en otras causas, que inevitablemente terminarán en sentencias que, por suaves que fueren, nadie desea. Tanto si se quiere como si no, estas aparecen en el horizonte como un mal presagio que marcará, inevitablemente, el devenir de la próxima legislatura.

Gradual despliegue del negativo choque sobre la confianza económica, práctico empate en lo político y creciente presión judicial definen un endemoniado futuro. Los retos que subyacen en la cuestión catalana no se pudieron resolver la pasada década. Ni, con el panorama actual, tampoco esperen su resolución los próximos años. Solo podría evitarlo un gran pacto que, lastimosamente, hoy no parece deseado ni en Barcelona ni en Madrid. Adopte el tono que adopte, este conflicto va para largo. Tómenselo con calma.

*Catedrático de Economía Aplicada