La nueva directora general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, acaba de demostrar que lo suyo no es posar para revistas de moda. El cese fulminante del director de la prisión de Alcalá-Meco por los injustificados privilegios que disfrutaba el recluso Mario Conde lo demuestra sobradamente. La elección de la ocasión, del momento y hasta del personaje, evidencian que la responsable penitenciaria es una política ambiciosa y oportunista, que cultiva un perfil disciplinario y aparentemente resolutivo. Gallizo pone un énfasis personal en las políticas penitenciarias de igualdad y de reinserción. Perfecto. Sea el exbanquero un recluso más. Pero este restablecimiento de la disciplina resulta contradictorio, por ejemplo, con la vuelta de los "exámenes patrióticos" que disfrutarán los presos de ETA. Nadie ignora a estas alturas que ese será precisamente el resultado perverso de su reciente pacto con el rector de la Universidad del País Vasco, como han denunciado Savater o la socialista Gozotne Mora.

Esta excepción favorable a los endurecidos penados de la banda terrorista y otras hirientes ventajas carcelarias --como su segregación de los presos de régimen común-- son hechos incomprensibles hoy en España. Es de agradecer que la reformadora social nos haya recordado que este problema todavía está pendiente y requerirá toda su implacable atención. Pero si no lo aborda, como los antecedentes hacen temer, que el PSOE vaya valorando la idoneidad de quien tiene como carcelera mayor del Reino.

*Periodista.