Las elecciones catalanas más extrañas, celebradas en plena pandemia y con unas medidas de prevención fuera de lo común, le dieron la victoria a la izquierda: el PSC de Salvador Illa se impuso por voto popular y empató a escaños con ERC, lo cual supone un espaldarazo del electorado a las dos formaciones que, con muchos obstáculos y a menudo por senderos tortuosos, han impulsado la mesa de diálogo para hallar una salida al conflicto político e institucional de Cataluña. Con una participación muy baja, el efecto Illa llevó al socialismo catalán a la anhelada victoria y el independentismo demostró una vez más su fortaleza en las urnas (ERC, Junts y la CUP sumarían mayoría absoluta holgada en una de las posibles combinaciones de pactos). La peor noticia del resultado electoral es sin duda la irrupción de Vox en el 'Parlament': la extrema derecha logró más escaños que la suma del PP y Cs, un hecho que puede tener profundas implicaciones en el mapa político español. La llegada de Vox obligará a la democracia en Cataluña a encontrar la forma de tratar a un partido que socava las instituciones y el juego democrático.

La complejidad política catalana volvió a hacerse patente en las urnas. El bloque independentista y el opuesto a la separación de España siguen siendo homogéneos e inmunes al trasvase de votos (el independentismo superó el 50% de los votos con una baja participación). Los cambios se produjeron en la correlación interna de fuerzas, y ahí la izquierda salió mejor parada. En la eterna batalla por la hegemonía independentista, ERC logró finalmente vencer a Junts, mientras que en el otro bloque el PSC arrambló con la mayoría de los restos del naufragio de Cs. Los partidos de derecha de ámbito nacional (PP y Cs) se hundieron, y en cambio Vox logró un resultado espléndido. En el otro extremo del eje nacional e ideológico, la CUP dobló sus escaños.

Así las cosas, ERC es el partido clave del nuevo 'Parlament'. Números en mano, hay dos mayorías de gobierno posibles: repetir el Gobierno independentista de la pasada legislatura (ERC y Junts, con el apoyo de la CUP) o un acuerdo de izquierdas con el PSC, ERC y unos ‘comuns’ que han logrado mantener el tipo pero no consiguen despegar como partido clave en el escenario político catalán. Ambas fórmulas son complejas. La coalición ERC-Junts ha demostrado estos últimos años ser sumamente inestable, y la presidenciable de la formación de Carles Puigdemont, Laura Borràs, ya dijo en su momento que no aseguraba sus votos para investir a Pere Aragonès. Una fórmula que configure mayoría de izquierdas tampoco es fácil de construir, ya que PSC y ERC se han manifestado en público en contra de formar un Gobierno de coalición, una posibilidad que los ‘comuns’ secundan abiertamente. Pese a ello, PSC y ERC deben dialogar. Llega el momento de que cada uno de los partidos exploren las fórmulas de gobernabilidad posibles y busquen la constitución de pactos estables amplios y transversales. Cataluña no puede seguir dividida en dos bloques.

En unas circunstancias difíciles por la pandemia, el Gobierno catalán, los ciudadanos que formaron las mesas electorales y los servidores públicos implicados en la cita electoral dieron un ejemplo de trabajo y organización para lograr que estos comicios fueran normales en unos tiempos que no lo son. Su ejemplo de responsabilidad debe guiar ahora a los partidos para que la negociación política no derive en un bloqueo que Cataluña no se merece. Las urnas abren una oportunidad que no debe desaprovecharse.