Existe en nuestros días una multitud que se traga sin dudar una idea falsa: en las guerras todo el mundo pierde. En general no es así. El grado de estupidez de nuestra especie puede ser muy elevado, pero no tanto como para aventurarse en conflictos en los que todo el mundo sale perdiendo. Las guerras son espantosas, el peor azote de la humanidad, pero entre ganarlas y perderlas media un abismo. Que se lo pregunten al más cercano de los ganadores en el tiempo y en el espacio, el dictador Francisco Franco, y a los republicanos vencidos. No lo duden, los frutos de la derrota son tan amargos como dulces los de la victoria. Si no fuera por las expectativas del enorme beneficio de ganar, no existirían las guerras. Si se han producido y se producen es solo por esta expectativa de consecuencias fabulosas para los victoriosos.

HAY QUIEN VE la guerra entre Israel y Palestina como lo contrario del famoso win-win que se aplica cuando todo el mundo sale victorioso de un conflicto. No es el caso. Israel pierde en consideración e imagen internacional, sí, pero después de los casi 2.000 muertos de la última operación de castigo a Gaza adquiere seguridad para los suyos y, sobre todo, aleja la perspectiva de una paz que le costaría retroceder en la ocupación de Cisjordania, o sea renunciar al objetivo del sionismo. Si de una cosa pueden estar seguros es de que pronto empezarán a construirse nuevos asentamientos. En esta larga guerra de conquista, Israel no ha parado nunca de incorporar territorio. Como es un conflicto que no ha finalizado ni finalizará por ahora, no se conoce el ganador, pero que Israel no para de avanzar es un hecho incontrovertible.

Este verano, como el lector ya sabe, se conmemora el centenario del estallido de la primera guerra mundial. Se ha discutido mucho sobre las causas de este conflicto horrible y devastador, pero es probable que Stefan Zweig tenga razón. Según él, Europa se embarcó en aquella guerra porque, después de una larga paz continental, nadie recordaba el sufrimiento que comportan las guerras. Sobre las consecuencias, basta con apuntarse a las diferentes interpretaciones que contemplan las dos guerras mundiales como una sola contienda bélica desarrollada en dos fases.

El resultado es evidente y aún vivimos bajo sus efectos: el traspaso de la hegemonía mundial desde Europa a Estados Unidos. "Si Inglaterra no hubiera entrado en el conflicto...", leemos. Pero precisamente los ingleses han basado su dominio imperial en la división del continente, de forma que no podían arriesgarse a una victoria germánica. Sea como sea, una gran guerra en dos fases que dejó a Europa debilitada, a merced de los nuevos dominadores del otro lado del Atlántico, que, dicho sea de paso, la protegían de las ambiciones de los rusos soviéticos.

No hace un siglo sino 25 tuvo lugar una guerra desastrosa, la del Peloponeso, con el resultado de empate. Después de haberse unido para vencer a los persas con el heroísmo que los espectadores de 300 y otros filmes tendrán muy presente, los griegos se pelearon entre ellos. La Atenas clásica y ejemplar de Pericles abusaba de su hegemonía. La magnificente Acrópolis y el Partenón que todos conocemos fueron construidos, según parece, con dinero sustraído por Atenas a las ciudades asociadas. Aquella guerra se extendió por el Mediterráneo, hasta el sur de Italia y Sicilia, que eran también griegas antes de que los romanos se apropiaran de ellas. La guerra --o mejor dicho, las guerras-- del Peloponeso duraron muchos decenios, con treguas que no se respetaban. Si se extinguieron fue por la pérdida de fuerzas y el desgaste, no por voluntad de paz. El resultado, un debilitamiento de Grecia que facilitó las posteriores conquistas del macedonio Alejandro Magno.

EL ORIGEN de la decadencia griega se encuentra con toda probabilidad en la guerra del Peloponeso, o con más exactitud en la ausencia de ganador. Una vez establecido, al cabo de los siglos, el dominio romano, los griegos, su cultura y su idioma fueron admirados y respetados, hasta el punto de que el emperador Marco Aurelio escribió su famoso resumen de filosofía estoica en griego, no en latín. Grecia, la inventora de la democracia, legó al mundo una herencia cultural y política de primer orden. Pero sucumbió a la discordia interna.

¿Sucederá algo similar con Europa? ¿Pesan más las tendencias disgregadoras que los esfuerzos para profundizar en la unión? Aún es pronto para decirlo. El perdedor de la Gran Guerra iniciada cien años atrás es la propia Europa. El ganador, Estados Unidos. El factor que más fuerza tiene y ejerce, también hoy, para impedir el camino de una mayor unión es Gran Bretaña. Siempre forjamos futuro, pero no podemos saber qué futuro forjamos.

Escritor