Numerosas culturas colocan como mito fundacional una edad de oro en la que los seres humanos, en compañía de sus dioses, estaban exentos de dolor, de muerte, de trabajo. Tanto los griegos, y con ellos los romanos, como los hebreos, hablan de ese "paraíso terrenal", tal como lo nombra la Biblia. Por desgracia, una falta de los humanos les condenó a abandonar ese estado y a ser expulsados de la presencia divina. Apareció el sufrimiento, la muerte, y se condenó al ser humano al trabajo: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". El trabajo es, sin duda, un instrumento de humanización. En las sociedades capitalistas, de ideología liberal, el trabajo se convierte en origen de la propiedad y la riqueza. Desde Locke, en el siglo XVII, se argumenta que las posesiones de un individuo se justifican por su trabajo, de tal modo que quien más trabaja, más tiene. Es la gran patraña ideológica del liberalismo, desmontada por Marx, pues precisamente quien trabaja es privado del producto de su trabajo. El producto no pertenece al productor, sino al capitalista, que es quien obtiene beneficio del trabajo ajeno. Mientras para la mayoría sigue siendo válido el bíblico "ganarás el pan con el sudor de tu frente", para la minoría explotadora conviene más otro adagio que pudiera enunciarse del siguiente modo: "Ganarás tu yate con el sudor de su frente".

Parece evidente que la patronal española hace suyos ambos adagios: sudor y rechinar de dientes para unos, yates y jubilaciones millonarias para otros. Dicho de manera técnica se denomina lucha de clases, de modo más coloquial le podemos llamar sinvergonzonería. Pues si algo parece ser requisito para ser presidente de la patronal de nuestro país es carecer de vergüenza. La historia viene de largo, pero hay que reconocer que Díaz Ferrán y Joan Rosell se llevan la palma. El encarcelado Díaz Ferrán no sentía ninguna vergüenza en, mientras estafaba a diestro y siniestro a sus trabajadores y vivía en medio del lujo, reclamar como estrategia para salir de la crisis trabajar más y cobrar menos. Receta que en ningún caso entienden los empresarios y banqueros que vaya referida a ellos, sino, evidentemente, a sus empleados. Emulando a su antecesor, cuando menos en desvergüenza, Joan Rosell proponía hace unos días una especie de pacto de solidaridad entre trabajadores que consistiría en que quienes tienen contrato fijo renuncien a él para permitir que sus hijos se incorporen al mercado laboral. Resulta sarcástico que quienes nadan en la abundancia gracias al sudor ajeno exijan solidaridad a quienes menos tienen mientras ellos siguen facturando sobrecostes en obras públicas, cobrando por proyectos que no se realizan, buscando estrategias para no tributar, evadiendo capitales, cobrando pensiones millonarias, adjudicándose indemnizaciones astronómicas. Esa es la ética empresarial de nuestro país, que tiene previsto establecer su cátedra en Alcalá Meco.

Dice el teórico del derecho Sousa Santos que es preciso considerar los derechos humanos de manera íntegra, es decir, que hay que defenderlos todos, no solo unos. Mientras las democracias liberales se centran exclusivamente en los que se conocen como derechos formales (expresión, participación, garantías jurídicas), una verdadera democracia debe asegurar también los materiales (trabajo, vivienda, educación, sanidad). El trabajo es un derecho, no un privilegio. Y es obligación de todo estado, de todo gobierno, garantizarlo para no violar los derechos humanos. Garantizar un trabajo digno, suficiente para una vida decente. Lo contrario del proyecto político de este Gobierno y de los empresarios a los que representa. Si dejamos nuestro futuro en manos de esta gente egoísta, inmoral, sin escrúpulos, incapaz de la más mínima solidaridad social, se vislumbra un negro horizonte. Su apuesta es la explotación más descarnada, el mantenimiento a ultranza de sus privilegios. No es que queramos derrotarles, es que no dejan otra alternativa.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza