Frases y etiquetas se han ido abriendo paso últimamente, desbrozando con mayor o menor fortuna las espesuras de un verano ya superado. Este año ha sonado mucho el engorro ese del síndrome posvacacional , que es el mismo cosquilleo de siempre, la misma tristeza de estómago como de víspera de exámenes, sólo que ahora se ha ganado una denominación de origen, bastante excesiva. De vez en cuando observo a mi vecino de mesa de trabajo, que se incorporó más tarde que yo, por si empieza con temblores. Pero no: lo peor del síndrome ya ha pasado. Debe ser un trastorno breve, porque ya casi nadie sigue preguntando por el regreso traumático. En esa manía de etiquetar o de rebautizar dolencias a la tremenda, hemos empezado la casa por el tejado. Antes que nada debe figurar el síndrome prevacacional : las ganas de salir corriendo, de que llegue cuanto antes el día D. En este baile de síndromes, deberíamos abrir carpeta al síndrome escolar , de moda en los patios. Ocurre que cuando le pones un nombre rimbombante a los problemas, entonces te crecen dos palmos.

En el mismo ámbito de la lengua, los políticos han visto en este septiembre de reingresos un excelente momento para acertar con una frase y ganarse un titular. El domingo pasado, Alfonso Guerra resumía en plan Fotogramas el tránsito político de Aznar a Zapatero: "Hemos pasado de Rambo a Harrison Ford". Qué gráfico, qué bien dicho, en su línea guindilla. El martes, Rajoy se entrevistaba con Zapatero. Y resumía el encuentro: "He entrado en la reunión preocupado y he salido muy preocupado" . Para qué más. Mensaje recibido. La próxima vez, como estas cosas siempre van in crescendo , entrará muy preocupado y saldrá en camilla.

El mismo día, al margen de fondo de la cuestión, Ibarra también se desmelenó en las formas: "Cuando los poderosos llaman a su juerga al cuadro flamenco es para que beba lo justo para cantar, tocar palmas y hacer gracias al respetable" . La imagen planteada lo dice todo. Normalmente, el cuadro no está invitado a cenar.

Unos y otros, desde la ocurrencia o desde el sólido terreno de la ideas, a veces aciertan a conquistar un hueco en el cada vez más saturado espacio de mensajes. Debe ser el síndrome de los políticos , preocupados --o muy preocupados-- por conquistar el terreno de la atención. Ellos irrumpen felices en escena, frente a la melancolía posvacacional de la mayoría