Sin ánimo de hacernos ahora los mártires, no está de más que por una vez reconozcamos alto y claro que sacar adelante este periódico cada día supone un sobreesfuerzo colectivo de consideración. Las causas son muchas y variadas; algunas conocidas por todos, como la crisis del llamado periodismo de papel, ese que trata de buscar una salida en el universo digital mientras clava los pies en el suelo dispuesto a pelear por sobrevivir pese a todos los malos augurios que le sobrevienen.

Otras razones son más soterradas, como el permanente pulso contra el imperio del monopolio (vamos para 30 años de orgullosa supervivencia); ese que (casi) todo lo posee, (casi) todo lo puede y (casi) todo lo aplasta (si les das la oportunidad). La cuestión es que cuando uno se pone nuestra camiseta ya sabe que siempre tiene que dar un poco más. O al menos intentarlo, porque ahí fuera no solo nadie regala nada, sino que si te descuidas, te lo quitan.

Desde esta semana, nos toca a todos redoblar ese esfuerzo (si cabe), porque casi sin darnos cuenta nos hemos quedado sin dos de nuestros referentes. Dos puntales básicos en esa particular odisea que emprendemos cada mañana y alargamos hasta bien entrada la noche. Ley de vida. Juan Carlos García de Frutos y José Luis Ainoza han enfilado la senda de la (indudablemente merecida) jubilación después de una trayectoria en la que más allá de dignificar esta profesión, han sacado lustre a un oficio.

En las antípodas de ese vedetismo periodístico que acapara los focos cada vez más, ambos han sido siempre los exponentes de la tarea en común, del trabajo oscuro y anónimo tan imprescindible en una redacción y, por encima de todo, de la lealtad a la cabecera y lo que representa. Sumen a eso ver crecer a tus hijas y tu hijo solo mientras duermen, o vivir a horario cambiado durante casi 40 años de tu vida engañándote a ti mismo y a los tuyos mientras ingenuamente les prometes que mañana todo será distinto y mejor.

Solo llevan unas horas sin venir por aquí y ya hemos confirmado nuestros temores previos: por esa puerta no solo se han ido dos redactores jefes de la vieja escuela, un par de pedazos del periodismo más vocacional y romántico, en el fondo se ha ido una impecable forma de entender la vida profesional. Solo nos consuela que al menos en el ambiente han dejado la impronta de su espíritu... De su espíritu de sacrificio. Lo vamos a necesitar. Gracias.