La pasada semana tres mujeres fueron asesinadas por sus parejas en nuestro país. En Alcira, además, murieron dos niños de corta edad y, a lo peor, cuando ustedes lean este comentario habrá que contar alguna muerte más. Pero de todos, hay un caso especialmente macabro por la personalidad del autor: Se llama Francisco Javier Mera y mató a su mujer asestándole 20 puñaladas. El individuo en cuestión ingresó en la cárcel presentando, al poco tiempo, evidentes signos de angustia. Algún incauto pudo pensar que la zozobra que decía sentir se debía a los remordimientos por lo que había hecho; otros, incluso, que se trataba de alguna afección médica. Ni una cosa, ni otra. El presunto sentía nostalgia de los dos gatitos que vivían con la pareja hasta que él decidió prescindir de la mujer. Sentía por ellos una especial ternura y su ausencia le provocaba una tristeza infinita. Así que, para calmar su desasosiego, envió un escrito a su abogado pidiendo que le trajeran a los dos mininos. Dicho y hecho. Valorando la situación emocional del preso e imagino que aplicando la ley que ampara los derechos de los reclusos, la juez remitió un escrito al director de la cárcel de Soto del Real en el que le comunicaba el deseo del reo. La petición ha sido denegada ya que el Reglamento vigente no permite la tenencia de animales en las cárceles, pero el hecho es que la "tierna" solicitud del presunto se tramitó y se tuvo en cuenta. ¡Ah! La víctima todavía no había sido enterrada. ¡No cabe mayor mofa ni por parte del presunto, ni por la Justicia!

*Periodista